miércoles, 14 de septiembre de 2011

La señal de la decadencia.

Los azores han vuelto a la ciudad. Desde mi ventana veo cuatro todos los sábados por las tardes que me saludan con su vuelo concéntrico-hipnotizante. Esto parece una premonición, como si la Naturaleza mandara a sus oteadores a la ciudad para que le informasen del preciso instante en el que la humanidad decida perecer.
 
       Iris de Benito ha realizado un magnífico relato sobre la decadencia en la que supone nos tiene que derivar la actual crisis. Sus palabras me han evocado tantas películas que han tratado este tema tan interesante como desolador que no he podido evitar escribir estas líneas sobre su relato.
     No es la decadencia lo que estamos viviendo los últimos años. Esto es la crisis en la que deriva la decadencia que en años anteriores los neoconservadores o ultraliberales decidieron llamar “el estado del bienestar” (de su bienestar) y que el resto llamamos la opulencia. La decadencia del primer mundo, de Occidente, empezó el mismo día que terminó la decadencia de la U.R.S.S. para entrar en la  crisis de la que ya nunca salió. Apostillo que la decadencia del sistema soviético comenzó el día que llegó Stalin a reunir todo el poder en su persona; la paradoja es que la decadencia de la Unión soviética duró cincuenta años, la crisis sólo dos, después de esta lo que sobreviene en Rusia es el terror.
     La opulencia de unos pocos es su propia decadencia, mientras  todos los demás sobreviven como pueden. La opulencia del Estado deviene en su decadencia. El Estado tiene la obligación de no vivir nunca en la opulencia ni tampoco en lo contrario, sino en la sobriedad. La sobriedad es la única estrategia que debe perseguir la gestión del Estado y esta gestión corresponde a los gobiernos. El color o la ideología decimonónica arrastrada hasta estos días ha perecido, no existe, porque al contrario de lo que aún siguen aferrándose algunos ideólogos, la ideología (válgame la redundancia) desaparece si no consta de un número de personas suficientes para proclamarla, o mejor dicho, de un número de personas suficientes para atesorarla, porque de ¿qué sirve predicar en el desierto?
     Como dice Iris: “las calles empezaron a estar sucias”, y después la Naturaleza reclamó lo que en el tiempo fue suyo. Las ciudades son capas de cebolla de las que sólo vemos la exterior. Viene una gran ola que va a dejar sepultada a la sociedad actual y nadie nos ha dicho cómo se tiene que vivir con las nuevas reglas porque a nosotros nos toca constituirlas pero ¿cómo hacerlo sin el manto protector de un Estado? No sabemos vivir sin el Estado.

1 comentario:

  1. Querido Saluditero, totalmente de acuerdo en la sobriedad del Estado, aunque me da un poco de pena que se abra ese debate en este momento. La actual crisis está producida esencialmente por un excesivo endeudamiento privado, situación que permitió una largo periodo expansivo y que con el tiempo se trasladó a los bancos generando un problema financiero al no poder recuperar lo prestado. El estado no ha tenido más remedio que asumir parte de esa deuda bancaria y aumentar la suya para impedir que cayera la actividad en picado. Al menos esa es mi percepción con todos los matices posibles respecto de algunos estados. Un saludo.

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