jueves, 26 de mayo de 2011

Antonio Pérez y Alfredo Castañeda

Lo descubrimos en una visita que hicimos el año pasado a Cuenca. El gancho principal era la visita a la exposición de Zobel en las casas colgadas, comer morteruelo hasta el hartazgo y pasear, mucho, el resto de los días. El tesoro de la ciudad de Cuenca está en la  parte alta de la ciudad vieja, junto a la puerta de Bezudo, en el Convento de las Carmelitas Descalzas, la actual fundación Antonio Pérez.
     Tres horas de visita no fueron suficientes para poder leer todas las obras que en aquel edificio ha ido coleccionando a lo largo de su vida, desde Millares, pasando por Tápies, Saura, Equipo Crónica, Javier Pagola, Luis Gordillo y Bonifacio Alfonso -por citar sólo los autores que más me estremecen las entrañas- un amplio y representativo repertorio del arte español durante los años del tardofranquismo no oficial y subversivo.
     Orgía de pintura y escultura, grabados y los increíbles objetos encontrados que hacen, estos últimos, de Tzara y compañía un grupo de advenedizos tanto en el campo surrealista como en el de protesta social.
     El convento tiene adjunta una iglesia donde se dan conciertos de música de vez en cuando. Este quien suscribe el texto garantiza que incluso el más lego en la materia del arte acaba sintiendo predilección por alguno de los cientos de autores que allí se exponen.
     Y por si fuera poco este enorme museo de arte contemporáneo, lleno hasta los topes, a Antonio Pérez no se le ocurre otra cosa que la obra que no puede exponer llevársela a San Clemente (a una hora de Cuenca en coche) y toma el antiguo ayuntamiento y la casa de la Santa Inquisición para albergar los grabados de todos los autores del Convento de Cuenca y los objetos encontrados -imaginativos e inteligentes- en museos más pequeños, pero igualmente interesantes, si se tiene la precaución primero de visitar Cuenca (recomendable este orden: 1º Cuenca, 2º San Clemente)
Nuestros yo y mi nosotros
     En la antigua sede de la Inquisición, en una pequeña sala de apenas setenta metros cuadrados, había sitio para una exposición representativa de Alfredo Castañeda, un ilustre mejicano -hijo intelectual de Buñuel y de Dalí- que se reveló como una piedra preciosa -por desconocida- dentro del tesoro y del que descubrimos con pena y lamento que la muerte nos lo arrebató el pasado mes de diciembre. Otra vez llegamos tarde: con este artista no hemos tenido la oportunidad de idolatrarlo primero; directo al recóndito surco de materia gris donde se encuentran los mitos. 
     La foto que adjunto de uno de sus cuadros pone de manifiesto una verdad revelada durante nuestra visita: que dos personas distantes a miles de kilómetros, de distintas generaciones, de distintas culturas, y con una aparente coincidencia respecto de un tema concreto, pueden tener una visión común y de resultados idénticos: dos maneras idéntidas de tratar temas similares pero diferentes.  Esto no deja de ser un manifiesto de mi admiración y consecuente seguimiento de la obra de este magnífico ser, a pesar de que ya haya muerto.

viernes, 20 de mayo de 2011

Capítulo 55 - Intercambio de fluidos: Antoine Ruisseau

He de reconocer que no recuerdo el día exacto ni cómo conocí a Antoine Ruisseau, pero cuando escuché su nombre "A n t o i n e    R u i s s e a u" me dije: "este nombre suena a amistad de la buena. Es cierto que nos tiramos meses sin vernos, pero siempre existe una complicidad remanente suficiente como para que alimente la llama de la amistad -que poético que diría el Otro, que cursi digo yo, que ñoño decía Tip- El caso es que me he dado cuenta que cuando empiezas a conocer a alguien de verdad -sólo existen dos formas de hacerlo, a saber: la primera dedicándole mucho tiempo, la segunda conviviendo bajo el mismo techo- el apellido da muchas pistas sobre la personalidad del individuo, de la misma manera que las personas que tienen perro acaban teniendo ambos la misma cara -sé que los amantes de los cánidos me van a crucificar, pero mi cabeza no puede evitar fundir ambas imágenes y crear un híbrido común que es el que se plasma como una fotografía en mi memoria- Me pierdo...Decía, que los apellidos dan muchas pistas sobre las personas, son como guiones del manual de uso de las relaciones individuales y, sí, estáis en lo cierto, Ruisseau viene a ser como un delgado y accidentado curso de agua. Lo de delgado es un eufemismo, claro, porque a partir de los cuarenta, las constituciones óseas empiezan a ensancharse; me refería al transcurso por la vida: continuo y tan incesante como discreto; pero accidentado entendido desde el punto de vista de un terreno heterogéneo que implica la necesidad de plegarse y retorcerse ante la adversidad, algo que el agua sabe hacer muy bien en este mundo. Sí señor, Antoine Ruisseau es como el agua, y casi casi su apellido es panvocálico.