martes, 28 de octubre de 2014

Ecóuteur

Resulta muy fácil no mirar, basta con cerrar los ojos —en realidad no se cierran los ojos, sino los párpados— o desviar la mirada —mover los ojos o girar la cabeza—. Pero dejar de escuchar es mucho más complicado; no tenemos los mismos recursos que con la vista y lo único que podemos hacer es taparnos los oídos —entiéndase las orejas— o taponarlos con cera, algodón o con los dedos (siempre me ha parecido muy divertida la visión de una persona usando los dedos para ello). En cuanto a no hablar, es más que evidente que para algunos les es imposible dejar de hacerlo incluso debajo del agua, pero ese es otro tema.
Está claro que no es lo mismo ver que mirar, ni tampoco oír que escuchar; en ambos casos depende de la concentración y de la intensidad con la que nos llegue la imagen o el sonido —además de un sinfín de factores que no vienen a cuento por no aburrir—, pero dejar de escuchar se nos antoja mucho más complicado puesto que es casi imposible no prestar atención cuando sobresale algún sonido sobre los demás —como sucede con la sirena de las ambulancias, el tubo de escape de la moto trucada del imbécil del primero, las lecciones de tuba del niño del octavo o los gritos de la del quinto cada vez que pega un polvo (echar un polvo sería más correcto)—.
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Escultura de madera de Hidari Jingorō (1594-1634), situada sobre los establos sagrados del santuario de Toshogu (1636), construido en honor de Tokugawa Ieyasu, en Nikko, al norte de Tokio (Japón).

Lo cierto es que cuesta menos dejar de ser un voyeur —mirón según la acepción española, ya que para los franceses sería un  “mateur”— que un “ecóuteur” —no existe en castellano un concepto similar al francés (fisgón); son todos imprecisos y conllevan el acto de mirar—. Por lo que cuando vea a la vecina del quinto pasearse desnuda por su casa —como ha estado haciendo durante todo este verano— seré consciente de que no soy un voyeur porque la veo pero no la miro; pero cuando la oiga gemir de placer cada noche —e incluso, a veces, alguna tarde— tendré claro que, aún sin pretenderlo, me habré convertido en un “ecóuteur”.