jueves, 4 de diciembre de 2014

Entre copas (¿Cómo puede concebirse el Universo de la nada?)

Diferentes representaciones del Universo.
Colage propio tomado de imágenes de Internet
Ecuación por la que el universo se genera de la nada y acabará en la nada; o de existencia finita.

0=0=0=0
0=1-1=0
0=1=1=0
0=1=0
Universo A1 (positivo): 0=1=0

0=0=0=0
0=-1-(-1)=0
0=-1=-1=0
0=-1=0
Universo B1 (negativo): 0=-1=0

Por analogía
Universo A1 (positivo): 0=∞=0
Universo B1 (negativo): 0=-∞=0

Ecuación por la que el universo se genera de la nada y continuará dispersándose por siempre (existencia infinita).

0=0=0=...=0
0=0=1-1=2-2=...=∞-∞
0=0=1=1=2=2=...=∞=∞
0=1=2=...=∞
Universo A (positivo): 0=1=2=...=∞

0=0=0=...=0
0=-1-(-1)=-2-(-2)=...=-∞-(-∞)
0=0=-1=-1=-2=-2=...=-∞=-∞
0=-1=-2=...=-∞
Universo B (negativo): 0=-1=-2=...=-∞

En ambos casos se evidencia que tiene que haber un universo paralelo y que un par de copas rodeado de conversaciones anodinas, lejos de aturdir la mente, la estimulan.

Menos mal que, tras un sueño reparador, todo vuelve a su lugar: los astrofísicos siguen pensando en la teoría del Big-Bang y yo en el menú de la semana que viene.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Bela Lugosi's Dead

Bela Lugosi retrato Bauhaus Peter Murphy Weimar Marinetti Love Santelia Lugoj Timisoara Temesvar vajda voivoda Valaquia Moldavia Transilvania Rumanía Hungría Eufrasio Saluditero
Béla Ferenc Deszó Blaskó
(20 Octubre 1882 - 16 Agosto 1956)
En agosto de 1979, el grupo de rock gótico o post-punk Bauhaus —con Peter Murphy al frente— se dan a conocer con un sencillo grabado en directo recordando la figura del actor húngaro —quizá, junto con Cristopher Lee, el único icono reconocible (por atemporal) del personaje en celuloide del irlandés Abraham “Bram” Stoker—. La canción se tituló “Bela Lugosi’s dead” y fue sin duda un ejemplo de éxito gradual de la cultura suburbana o underground, por imitado hasta la saciedad, tanto por bandas musicales coetáneas como posteriores: The Cure, Siouxie & the Banshees, The Sister of Mercy, The Mission o —centrándonos en lo poquito con algo de calidad que había por aquí entonces— Parálisis permanente.
El nombre del grupo, Bauhaus estaba tomado de la popular escuela arquitectónica alemana de 1919 en Weimar, adscrita dentro del movimiento moderno; quizás la única, junto con el futurismo italiano de Marinetti y el constructivismo soviético, que se empeñó de verdad en elevar a obra de arte cualquier objeto cotidiano del ser humano; y todos ellos silenciados por las dictaduras emergentes de los países donde residían.
Unos años antes, en 1914, Lugos era una ciudad influyente dentro del Imperio Austrohúngaro (en la actualidad Lugoj, en Rumanía), muy cercana a Timisoara o Temesvar, la capital del banato que crearan los otomanos en la margen izquierda del Danubio y también de las minas de Resita; donde Bela tuvo que trabajar durante unos años antes de que decidiera alistarse como teniente del 43 regimiento de infantería alpinista del ejército húngaro, encargado de defender la frontera de los Cárpatos meridionales o transilvanos, donde se halla el castillo de Bran [Transilvania*] (el elegido por Francis Ford Coppola para realizar su peculiar versión del Drácula de Stoker); aunque sea dicho de paso, la residencia del personaje de Vladimir III Tepes (el empalador) en el que se inspirara el novelista, era el castillo de Poenari [Valaquia]. Vlad era un príncipe valaco tributario de la Sublime Puerta— y no un voivoda o vajda transilvano (gobernador húngaro) como se confunde a veces— que decidió sublevarse; y no halló otra forma de llamar la atención que empalar a todo enemigo vivo que cayera en sus manos —le daba igual que fuese turco o húngaro—. El joven Bela, que por entonces se dedicaba a interpretar personajes de Shakespeare en los teatros de Budapest —con mucho éxito por cierto—, fue trasladado al frente de Galicia (o Galitza) en los Cárpatos occidentales a luchar contra los rusos durante la Gran Guerra donde fue herido en una pierna y condecorado con honores. Para ello tuvo que cruzar el paso del Borgo, punto clave entre las fronteras de Transilvania, Bukovina y Moldavia —Cárpatos orientales— y de donde no se tiene constancia —salvo en la imaginación de Bram— que exista ninguna fortaleza salvo la de Neamt, del reino de Moldavia (tributario como Valaquia de los turcos por aquel entonces) y nada que ver con el Drácula real o novelado, pero de aspecto mucho más tétrico y lúgubre que el cinematográfico.

Bauhaus - Bela Lugosi's Dead (1979) [Youtube]




* El nombre Transilvania viene del latín “Ultra Silvam” (más allá del bosque); los húngaros la llaman Ardeal o Erdély (el bosque); mientras que los colonizadores sajones —alemanes de la Baja Edad Media— la llamaron Siebenbürgen o Septem Castra (siete ciudades) referidas a las otras tantas ciudades fortificadas por ellos en esta región.

martes, 28 de octubre de 2014

Ecóuteur

Resulta muy fácil no mirar, basta con cerrar los ojos —en realidad no se cierran los ojos, sino los párpados— o desviar la mirada —mover los ojos o girar la cabeza—. Pero dejar de escuchar es mucho más complicado; no tenemos los mismos recursos que con la vista y lo único que podemos hacer es taparnos los oídos —entiéndase las orejas— o taponarlos con cera, algodón o con los dedos (siempre me ha parecido muy divertida la visión de una persona usando los dedos para ello). En cuanto a no hablar, es más que evidente que para algunos les es imposible dejar de hacerlo incluso debajo del agua, pero ese es otro tema.
Está claro que no es lo mismo ver que mirar, ni tampoco oír que escuchar; en ambos casos depende de la concentración y de la intensidad con la que nos llegue la imagen o el sonido —además de un sinfín de factores que no vienen a cuento por no aburrir—, pero dejar de escuchar se nos antoja mucho más complicado puesto que es casi imposible no prestar atención cuando sobresale algún sonido sobre los demás —como sucede con la sirena de las ambulancias, el tubo de escape de la moto trucada del imbécil del primero, las lecciones de tuba del niño del octavo o los gritos de la del quinto cada vez que pega un polvo (echar un polvo sería más correcto)—.
Ver Oír Callar Eufrasio Saluditero Marinetti Love Santelia Ecóuteur Hidari Jingoro Santuario de Toshogu Nikko Japón
Escultura de madera de Hidari Jingorō (1594-1634), situada sobre los establos sagrados del santuario de Toshogu (1636), construido en honor de Tokugawa Ieyasu, en Nikko, al norte de Tokio (Japón).

Lo cierto es que cuesta menos dejar de ser un voyeur —mirón según la acepción española, ya que para los franceses sería un  “mateur”— que un “ecóuteur” —no existe en castellano un concepto similar al francés (fisgón); son todos imprecisos y conllevan el acto de mirar—. Por lo que cuando vea a la vecina del quinto pasearse desnuda por su casa —como ha estado haciendo durante todo este verano— seré consciente de que no soy un voyeur porque la veo pero no la miro; pero cuando la oiga gemir de placer cada noche —e incluso, a veces, alguna tarde— tendré claro que, aún sin pretenderlo, me habré convertido en un “ecóuteur”.

miércoles, 2 de julio de 2014

¡Temporada de patos, temporada de conejos! [1] (A M.B.)

El famoso personaje de dibujos animados de la Warner Brothers, Bugs Bunny se tradujo por aquí como “el conejo de la suerte” aunque en realidad en inglés signifique “el conejito molesto o fastidioso” —si bien yo lo hubiera tildado más de cargante, insoportable, puñetero; cabrón en definitiva—; mientras que a su antagonista Daffy Duck se le llamó “el pato Lucas” en vez de su verdadero nombre que es “el pato bobito o tontito”. Las razones de esta traducción tan libre parecen obvias en el caso de Bugs, pero no tanto en el caso de Daffy.
No parece descabellado pensar que el nombre de Lucas le viniera porque así es como suele llamársele por el sur de España a un pánfilo. El nombre proviene de la popular figura de “El galgo Lucas”; y la expresión “Eres como el galgo Lucas” se emplea para la persona que simula actividad y diligencia, pero que a la hora de la verdad se deja llevar por la abulia y no termina lo que ha empezado. Al parecer, el galgo Lucas (quizás «el galgo de Lucas»), aunque corría más rápido que ninguno nunca llegaba a ganar ninguna carrera porque se paraba a orinar unos metros antes de llegar a la meta.
Puesto que estos dibujos no nos llegaron hasta los años 60 y como seguro que pasaron por la mano de la censura, no es de extrañar que se tratara de suavizar y hacer más cercano el adjetivo inglés. Lo cierto es que la sutileza del epíteto es de agradecer porque en aquellos años en los que los niños éramos tratados como imbéciles —si no como boniatos— por el Estado, lo más normal hubiese sido algún calificativo ñoño (gracias, Tip, por descubrirme la palabra).

Marinetti Love Santelia Bugs Bunny Daffy Duck el conejo de la suerte el pato lucas temporada de patos temporada de conejos Rabbit Fire 1950
Imágenes de Rabbit Fire (1950).  Warner Brothers 

En cuanto la frase que encabeza esta entrada es una de las más recordadas de los famosos dibujos animados, tanto que se hicieron tres episodios —referencias en el pie de página— con desigual fortuna —sin duda, el primero es el mejor— en los que, como siempre pasaba, “el pato bobito” —que dicho sea de paso era un borde con muy mala fortuna (por eso su plumaje era negro)— acababa siendo vapuleado, derrotado y humillado por “el conejito cabrón”, como sucedía con el coyote y el correcaminos… Pero esa es otra historia.




[1] Rabbit Fire” [Temporada de cacería]
Año: 1950
Episodio (sin referencia)
Story: Michael Maltese
Animation: Lloyd Vaughan, Ken Harris, Phil Monroe, Ben Washman.
Layouts: Robert Gribbroek
Backgrounds: Philip De Guard
Voice Characterizations: Mel Blanc
Musical Direction: Carl Stalling
Director: Charles M. Jones

“Rabbit Seasoning” [Temporada de cacería de Conejos]
Año:1951
Episodio 1218
Story: Michael Maltese
Animation: Ben Washman, Lloyd Vaughan, Ken Harris.
Layouts: Maurice Noble
Backgrounds: Philip De Guard
Voice Characterizations: Mel Blanc
Musical Direction: Carl Stalling
Director: Charles M. Jones

“Duck! Rabbit, Duck!” [Sin traducción]
Año: 1952
Episodio 1276
Story: Michael Maltese
Animation: Ken Harris, Ben Washman, Lloyd Vaughan, Richard Thompson, Abe Levitov.
Layouts: Maurice Noble
Backgrounds: Philip De Guard
Voice Characterizations: Mel Blanc
Musical Direction: Carl Stalling
Director: Charles M. Jones




viernes, 6 de junio de 2014

Halto! (Historia de una h olvidada)

Lo sé, el título de esta entrada está mal escrito, es sin h; pero no pienso cambiarlo. Y menos desde que he descubierto que la palabra es de origen alemán.
Sospecho que la h se perdió en algún momento de jarras de vino con tapa que un escribano del siglo XVII sufrió en la monotonía de su trabajo a la luz de una vela moribunda.
Quizás fuese un capitán de los tercios de Flandes quien, para detener la marcha de su tropa alzara su mano —o su espada— y al quedar esta en alto, por semejanza e ignorancia de la soldadesca, esta asociara ambos términos.
Marinetti Love Sant'Elia halto halt historia de una h olvidada Ann Sofie Rehnmark Eufrasio Saluditero
HALT-Auschwitz por Anne-Sofie Rehnmark (26-10-2009)
Incluso puede que, dentro del deporte nacional —dos españoles, tres opiniones—, un par de políticos decimonónicos tomaran como estandarte de su doctrina la defensa o la censura de la pobre consonante muda en función de su filiación a las grandes potencias del momento, aunque esto último estaría cogido con pinzas puesto que tanto en alemán, en francés como en inglés, la acepción huérfana de h, la que proviene del latín, se escribe con ella —la de teoremas que hemos tenido que estudiar en las que la incógnita referente al alto se escribe con h—.

Los ortodoxos de la lengua argüirán que en el contexto queda claro el significado del término pero, por favor —ya sé que es triste pedir pero mucho más lo es robar; y que ante el vicio de pedir, la virtud de no dar—, ayudemos a esta pobre letra engendrada del amor entre el latín vulgar y el castellano antiguo a sobrevivir y no hagamos agravios comparativos. Porque en esa misma tesitura se encuentra la palabra “hola”, de origen inglés y que, sin explicación aparente, sí que la distinguimos de la onda marina con nuestra querida h.

domingo, 2 de marzo de 2014

Hipótesis sobre la otra ley de la gravitación universal de Newton

ley gravitacion universal Newton 1687 Eufrasio Saluditero Marinetti Love Sant'Elia
Ley de la gravitación universal (1687) Isaac Newton
El momento más excitante de una relación sexual es cuando el lenguaje corporal de ambos dice que sí. No es necesario que el cerebro se entere de nada, de hecho, es el último en enterarse.
Por lo que respecta al diálogo que establecen ambas partes es frugal como un desayuno español, pragmático como un americano —del norte— y preciso como un reloj suizo; sólo requiere la confirmación de una mirada cómplice que dure décimas de segundo y un gesto —da igual que sea torpe o acertado, lo importante es que una de las partes dé ese primer paso—; después todos los acontecimientos se sucederán siguiendo el ritual invisible que la Naturaleza tiene marcado para perpetuarse. Tan sencillo y antiguo como la existencia de la propia vida en la Tierra.
En ese ritual, el contacto es imprescindible aunque dispar. Puede ser una caricia, incluso una brusquedad —dependerá del grado de dominación o sumisión del individuo—, pero la piel se convierte en la protagonista del rito. La textura es tan importante que se diría que la teoría gravitacional de Newton queda desechada porque lo que influye no es la masa ni la aceleración o la distancia de los cuerpos sino la capacidad que esta —la piel— tiene de llamar la atención y atraer a otro cuerpo. Por ello son tan importantes parámetros como el grado de rugosidad; aspereza; dureza; vellosidad; limpieza —referida más que a la higiene, que también, a la ausencia o no de marcas generadas por el tiempo como lunares, pecas, cicatrices o tatuajes—; tonalidad —quien suscribe no cree que existan los colores de piel— y, cómo no, aroma y sabor; porque todos los sentidos entran en juego. Es ahí, en el campo del olfato y del gusto donde cobran su máxima importancia los besos. El ser humano es inteligente y ha desarrollado un recurso aceptado por la sociedad para no tener que ir dando lametones a diestro y siniestro, pues con el gesto del beso no sólo la boca entra en contacto con la piel, sino que la nariz queda a la distancia exacta para poder comprobar —y constatar— con el olfato que esa epidermis, y no otra, es la adecuada. Cuando todos estos parámetros confluyen en la misma dirección el resultado no puede ser otro que el del ACTO[1], donde entran de lleno en juego los sexos y su pericia o torpeza para producir placer, pero esa es otra historia.





[1] No hay que llevarse a engaños, sólo existe un acto con mayúsculas, y es el acto sexual; todos los demás, en el fondo y aunque parezca inverosímil, se supeditan a este.

martes, 18 de febrero de 2014

Tu factura de la luz no puede ser más clara (El laberinto eléctrico)

Tal cual. Sin problemas, sin remordimientos, con toda la desfachatez del mundo, con doble intención o triple, para que nadie pueda protestar ni acusar ni demandar, porque ya han decidido que somos tontos y ellos listos —muy listos— y omnipotentes. No se conforman sólo con tener el poder; tiene que ser, además de absoluto, incontestable.
Laberinto luz Víctor Jiménez 2013 acrílico lienzo
Laberinto de la luz (2013) Víctor Jiménez
¿La factura de la luz no puede ser más clara porque no quieren o porque no pueden? Porque si se esforzaran más —con lo poderosos que son— seguro que podrían, aclararla digo. ¿O sí que pueden pero no les da la gana aclararla? En este caso parecen refugiarse en la premisa “poder es querer”; ergo no puedo porque no quiero.
Si la frase hubiera continuado “...porque tenemos algo que ocultar”, entiendo que los usuarios, en bloque, saldrían a la calle a protestar y los juzgados se colapsarían con denuncias fundadas.
Por el contrario, si hubieran seguido con “...porque somos incapaces de hacerlo”, el resultado hubiera sido el mismo porque los usuarios hace mucho tiempo que exigimos claridad —y los juzgados seguirían colapsándose—.
También podrían haber finalizado de esta manera: “...porque no”. Serían más honestos, desde luego; pero entonces los usuarios podríamos negarnos a pagarla porque sí —con idénticos resultados para  los juzgados—.

A mí se me ocurre que podrían terminarla con una mezcla de las tres. “Tu factura de la luz no puede ser más clara porque no queremos hacerlo, tenemos tanto que ocultar, que de hacerlo, saldríais a la calle a protestar y colapsaríais los juzgados”, y con la actual política de recortes tampoco está claro que los juzgados contrataran más personal para agilizar el trabajo.

lunes, 27 de enero de 2014

Vientos de decadencia

Hace poco escuché por la radio que se había realizado un estudio donde se demostraba que el ser humano es incapaz de vivir sin la música y su influencia en el estado de ánimo y —por ende— en la salud de las personas. Resolvía el estudio que aquellos que nunca escuchaban nada de música tenían el carácter agriado y, lo más importante, se lo agriaban a los de su entorno. El estudio llegaba más lejos al afirmar que el tipo de música también variaba los ánimos. Bien, hasta aquí, todo es evidente; se podían haber ahorrado el estudio. Eso ya lo sabíamos, de hecho, llevamos experimentándolo desde que tenemos uso de razón —sí, es cierto, los que me conozcan dirán de mí que aún no la tengo, no se lo discuto ni reprocho—. Pero lo que no reflejaba el estudio era la influencia de los distintos instrumentos en una pieza musical para que esta tenga un resultado determinado. Y es aquí, llegados a este punto, donde quiero hacer la siguiente reflexión: “los vientos, como sucede en el advenimiento de mi tan admirado Apocalipsis de Juan de Patmos, anuncian la decadencia de los grupos, me refiero sobre todo a los de rock y pop”. Se me ocurren una infinidad de grupos que, una vez alcanzado su máximo reconocimiento por parte de un grupo social determinado, incorporaron una sección de vientos —en concreto trompetas— y aquello fue el inicio de su fin. Elvis (Presley), The Cure, The Police, The Beatles, Soft Cell...—los casos de grupos españoles es más sangrante todavía— No estoy diciendo que sus canciones o temas fuesen malos, tampoco que la calidad del grupo descendiera —bueno, en algunos, sí—, sino que a partir de ahí se produce un distanciamiento con la mayoría de sus primeros seguidores por querer llegar a un mayor número de personas y, en consecuencia, se abandonan las claves del éxito inicial. Al parecer, con los vientos, la propuesta inicial se dulcifica, se hace más accesible al resto; convirtiéndose la vanguardia en modernidad. Hay honrosas excepciones como la de Jethro Tull, pero claro, ¿alguien puede imaginarse la existencia de este grupo sin la fabulosa flauta de Ian Anderson, además de que este instrumento fuera parte en su propuesta inicial y el elemento que los distinguía del resto de grupos de los 70? Es una pregunta retórica puesto que lea respuesta es no; de hecho, Ian todavía sigue en activo con su grupo experimentando con su fórmula inicial, inagotable.
Decía que, por lo general, son las trompetas las anunciadoras de tal decadencia —quizás sea por su estridencia natural, no lo sé—. El caso es que cuando lo que se incorporan son saxos, el efecto decadente no resulta tan evidente puesto que su sonido tiene una presencia mucho más suave y la muerte del grupo resulta más lacónica por larga; o si se quiere ver de este modo, el cambio de estilo y su consecuente público, mucho más lento. Este sería el caso del Dion, el de The Belmonts, pero sin The Belmonts —estoy pensando en concreto en su magnífico y casi desconocido tema “(I was) Born to cry” del que hiciera tan fantástica y alcohólica versión Johnny Thunders en solitario (cantante de New York Dolls)—.
Otro ejemplo de saxo decadente sería el del conocidísimo tema de Screamin' Jay Hawkins “I put a spell on you”, más alcohólico que el anterior si cabe y cuya versión más conocida es la de los Creedence Clearwater Revival, pero estos chicos, que no eran tontos y siempre fieles a su estilo sustituyeron el instrumento apocalíptico por una genial guitarra; como Carlos Santana quien, lejos de adoptar en su música los vientos de su tierra, como no podía ser de otra manera, los sustituye por su guitarra-fregona* —y algún órgano Hammond como el de “oye cómo va”— y se queda con lo único que caracteriza la música latina que es el ritmo de la percusión.
La excepción de este instrumento es Bowie, pero en el caso del Duque blanco está escusado porque el saxo es su instrumento y rara vez no aparece en sus temas, es decir, que cada vez que puede lo introduce. A mí no me extraña nada que lo hiciera porque no conozco a nadie que haya compuesto temas más decadentes y hermosos que él. Pero ese es otro tema.




* No recuerdo bien a quién le escuché este término, quizás me lo haya inventado yo, pero viene a ser algo así como que oir su guitarra te deja el ánimo limpio de preocupaciones y listo para bailar; porque es imposible no moverse con su música, aunque sólo sea un pie o la cabeza.

domingo, 26 de enero de 2014

Citas saludables

La ambigüedad en la literatura es un tema apasionante para quien les escribe, tanto que siempre hemos rechazado todo aquello que no nos permita imaginar; como la descripción hiperrealista que algunos autores se empeñan en mostrarnos como un alarde de su imaginación, relegándonos a los lectores a meros videntes, quizás visualizadores —que no observadores—, de su esfuerzo. Siempre hemos querido ser partícipes de la experiencia compartida de la escritura y la lectura y en ello estamos.
     Sin dar más pistas al lector, afirmaremos que lo mejor de una cita es que sea corta. En la brevedad, como decía Shakespeare, reside el ingenio. Puesto que ni somos ingenieros ni ingeniosos por carecer de esta cualidad; al menos intentamos ser ambiguos.
     Una cita saludable, además de corta, tiene que poder recordarse porque, de lo contrario, la sensación es que ni se ha interiorizado ni ha resultado memorable —por memorizada—. Pero tanto el recuerdo como la memoria admiten a la vez lo bueno y lo malo, siendo siempre lo primero alentador y lo segundo deprimente; así que para que nuestra cita sea saludable debe ser, por lo menos, repetible o dejar una puerta abierta al estímulo de poder ser repetida. Y, sobre todo, educada, para que cuando se la reconozca por la calle, por lo menos salude.