martes, 19 de marzo de 2013

Santos óleos

Esta crisis se nota hasta en el infierno. Ahora Satanás, en vez de azufre, utiliza aceite hirviendo para martirizarnos mientras esperamos el día del juicio final. La verdad es que no difiere mucho de lo que está sucediendo en Valencia con sus fiestas principales —las fallas— porque desde unos años a esta parte las calles han cambiado el olor a pólvora por el de fritanga. El primero no es que fuera muy agradable pero, como quiera que sólo se olía una vez al año, le daban a la fiesta un carácter único, un poco solemne, casi extático si me apuran. Pero el olor a fritanga... sólo hay que bajarse cualquier día al bar de la calle para disfrutarlo y, a veces, ni es necesario bajar; ya sube él sólo. Ese aceite requemado con el que se hacen lo mismo unas patatas fritas, que unos calamares, que un morro de cerdo o que unas croquetas de bacalao —“lo que facha falta”—; no es lo mismo con el que se hacen porras, churros y buñuelos, en los puestos de venta ambulante de cualquier calle que te encuentres de la Valencia incendiada, pero como si lo fuera. Hago un inciso para lanzar una propuesta: me gustaría que, a quién corresponda, realizara comprobaciones sobre la cantidad de calabaza que llevan los supuestos buñuelos de su mismo nombre... a mí todos me saben a viento, es decir, a nada. Un amigo tiene la teoría de que a los de calabaza en realidad le echan un poco de colorante de la paella a la masa para darles color. Sea como fuere, el pestazo a aceite frito n-veces-más-una que se te adhiere a la ropa cuando sales a pasear es tan intenso que esta no sirve de un día para otro y mucho menos tenderla por la noche en el balcón para que se airee, porque el olor a frito permanece toda la noche en el ambiente de la ciudad, hasta que, al despuntar el alba, cuando entra un ligero Xaloc, parece, y sólo parece, que el aroma desaparece. En realidad son las fosas nasales, en las que las vellosidades se han quedado impregnadas de las minúsculas gotas de aceite que flotan en el ambiente y, si no las limpias bien, perduran.
Como bien es sabido por todo el mundo, el aceite de girasol es malísimo para cocinar puesto que las gotitas, cuando se depositan sobre el azulejo de la cocina y se solidifican, es muy costoso eliminarlas, imagínense respirar ese aceite y que se quede impregnado en los bronquios... igual de nocivo y tóxico que fumarse un paquete de tabaco. Por eso insisto a la ministra Salgado para que haga una ley contra los puestos ambulantes de buñuelos-churros-porras por atentar contra la salud pública por los motivos acabados de citar... ¡Ahí va, si ya no es ministra!, ¡bueno, a quién corresponda!
Otra consideración es que estos puestos incitan al alcoholismo juvenil. Las cuentas son claras: cuesta muchísimo más —casi el triple— comprarse un churro en estos sitios que una cerveza en un gran supermercado de confianza de siempre precios bajos de esta ciudad desde hace treinta años. Así de taxativo por ser cierto.
Y no hablemos del daño que se le hace a la campaña —casi cruzada diría yo— contra el colesterol malo y la diabetes que la ministra Salgado mantiene a pesar del poco presupuesto del que dispone... ¡Ah, no, que la Salgado ya no es ministra!, ¡se me había vuelto a olvidar! ¿Es que nadie piensa ya en los niños? ¡Otra partida de dinero público derrochada! El poderoso lobby de los vendedores de churros-porras-buñuelos venciendo de nuevo al débil ministerio de la seguridad social... ¡Qué vergüenza, padre, que vergüenza!
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