lunes, 7 de diciembre de 2015

Cinceladas

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Busto de Nefertiti – Museo egipcio de El cairo
Claudivones, escultor de la escuela de Alejandría, dedicó toda su vida profesional a la creación y recreación de la iconografía clásica y antigua de Egipto y, de manera especial, a esmerarse en el apéndice nasal de sus creaciones. Consideraba que, siendo la nariz la parte más visible de un rostro, la que antes se percibe por su obvia proximidad con el espectador  como si de una especie de tarjeta de presentación se tratara; más que deber, tenía que ser perfecta.
   Y lo consiguió con creces. Nadie reprodujo nunca durante su época narices tan bellas como él. Su problema, su drama interno, radicó en que, para llegar a ese estadio de perfección, tuvo que renunciar a la originalidad y centrarse en un único modelo, lo que derivó en que siempre esculpiera la misma nariz. Esto le produjo tal desesperanza que, al final de su longeva carrera como reproductor tridimensional de la belleza en cualquiera de sus manifestaciones —real, ideal o natural— en un arrebato de extrema impotencia y locura, se dedicara por toda la ciudad, cincel en mano, a mutilarlas.