viernes, 27 de julio de 2012

Richard & Amadeus

Me llama la atención cómo a Wagner y a Mozart se les conoce más por su segundo nombre (Richard y Amadeus) que no por el primero (Wilhelm y Wolfgang). Esto es una pura anécdota introductoria de lo que en realidad quiero hablar, así que allá vamos. Siéntense y disfruten... si pueden. Ah, por cierto, ¿han intentado pronunciar sus primeros nombres sin saber alemán?

Dos jarras de cerveza se posan sobre la mesa y Richard reflexiona sobre el sonido del vidrio golpeando la madera: “Truenos a lo lejos que traen el fuego y la destrucción del Hombre”, a lo que Amadeus responde: “Timbales”. 

La genialidad de estos hombres no reside en el tamaño de su obra sino en hacer llegar con exactitud el mensaje que está en su cabeza a la nuestra, y de una manera única. Hacerlo como otro ya ha hecho, no es a la manera de —a la “maniera” de—, no es un manierismo: es una copia —homenaje se llama ahora—. Decir que la grandeza de un relato musical, o literario, reside en el mayor o menor número de notas, o de palabras, de la composición es tan cruel como necio; y supeditar su valoración al gusto, también. Porque como todo en esta vida, el gusto también se educa.
En el tiempo que Richard expone el preludio de la obertura de cualquiera de sus óperas, Amadeus ha desarrollado ya la mitad de cualquiera de las suyas; y no por ello se puede decir que uno sea mejor que otro. Tan sólo es que cada uno necesita de distintos tiempos a la hora de expresar lo que tienen dentro. Quizás por ello Amadeus viviera sólo treinta y cinco años y Richard, setenta —parece como si Cronos hubiera marcado el “tempo” de sus composiciones decidiendo su reloj biológico—. Richard cuida hasta el último detalle de sus óperas, a las que incluso les escribe él mismo los libretos; mientras que Amadeus, los encarga, trabaja en equipo. Todo eso tiene que reflejarse de una forma u otra en la obra, es inevitable.
Lo que también evidencia su maestría es la pervivencia del mensaje de sus obras a lo largo de los siglos, teniendo la misma influencia en la cultura popular actual. Ejemplo claro: el cine. Se ha recurrido a la música de Richard en Excalibur de Boorman, Apocalypse Now de Coppola, The Boys from Brazil de Schaffner; todas ellas de innegable corte trágico e incluso epopéyico. Por el contrario a Amadeus lo podemos encontrar, que recordemos, en Oci Ciorne de Mikhalkov, Out of Africa de Pollack, Flags of Our Fathers de Eastwood y Amadeus de Forman, pero esta última no me vale porque es una ficción biográfica. La obra de Amadeus queda para obras románticas.
Un inciso: Me viene a la memoria la influencia de Beethoven y el paradigma dentro del cine que es A Clockwork Orange de Kubrick —y la genial adaptación de Wendy (Walter) Carlos del maestro sordo. Ay Wendy-Wendy...—, pero esa es otra historia...
Prosigamos: Como no podría ser de otra forma, el hecho de que Richard y Amadeus conciban sus obras con desarrollos temporales tan diferentes no hace, sin embargo, que las estructuras musicales de ambos no sean complejas, como corresponde a su genialidad. Richard quiere que sus composiciones fluyan, que no existan interrupciones entre las partes y para ello transforma la tonalidad hasta hacerla casi desaparecer. Mientras que la estructura de las sonatas de Amadeus es: AB-BA CC-DD DD-CC BA-BA; Richard concibe sus composiciones como ríos que fluyen por paisajes diferentes. No quiere que existan interrupciones entre las partes y para ello transforma la tonalidad hasta hacerla casi desaparecer. Sus obras son totales o completas —signo inequívoco de modernidad— en las que música, palabra e imagen tienen que estar fundidas, no superpuestas. El máximo exponente en la actualidad de esta idea de la obra total en las que todas las artes hacen acto de presencia es Peter Greenaway (The Draughtsman’s Contract, la fallida The Belly of an Architect, Prospero’s Books, The Pillow Book).
Amadeus es, sin embargo, un “manierista”. Recoge toda la tradición que llega a su época y la pone patas arriba porque la reinterpreta, se salta los cánones, las reglas compositivas y mezcla, una y otra vez. Eso es lo que hacía Quentin Tarantino en su ópera prima Reservoir Dogs. Bueno, también en otras, pero es que la que más me gusta es la primera.
En el campo de la literatura la novela puede ser entendida como un conjunto de cuentos, mientras que el cuento sería la unidad mínima de narrativa, tamaños aparte de cada una. Desde este punto de vista, y por el de la extensión de las piezas también, entendemos que Richard sería un novelista y Amadeus un cuentista.  Claro, que alguien podría decir que Amadeus también tiene operas, que vienen a ser como novelas pero, en su caso, casi me atrevería a decir que son como antologías o recopilaciones de un mismo hilo argumental.
Decía antes que el gusto se educa. Cuando alguien, frente a algo comprobado y constatado que está bien hecho, dice: “Esto no me gusta” es evidente que se está desautorizando a todos los niveles. Siempre hay que argumentar las valoraciones, los juicios de valor, pero nunca bajo el gusto —subjetivo y reaccionario—. Sé que existen frases recurrentes pero son discutibles y cuestionables y poco recomendables porque siempre se acaba confundiendo el gusto personal con lo correcto —acto vanidoso—. Es lo que sucede con los ignorantes, que frente a lo desconocido, y el temor que les supone reconocer su inexperiencia —porque la ignorancia se cura con la experiencia, o el aprendizaje; es lo mismo—, siempre acaban diciendo lo mismo: “no me gusta”.
En la actualidad se asocia a Richard con el nazismo —el famoso chascarrillo de Woody Allen diciendo que escuchándolo le entraban ganas de conquistar Polonia lo sintetiza muy bien— no sin razón, puesto que era un antisemita reconocido, pero aquí entramos de lleno en la confusión del genio y sus virtudes con la persona y sus vicios. Nuestro acervo cultural heredado hace que repudiemos el nazismo por razones obvias y todo aquello que se le asocie y, por ende, la música de Richard tan amada por la bestia del siglo XX; pero de ahí a no reconocer la belleza de su obra... Estoy seguro de que Amadeus le tiene que gustar a mucha gente indeseable. Es imposible que su música no cale hondo en algún criminal, asesino en serie, violador, magnicida, incluso banquero o político; y no por ello hay que dejar de escuchar su música: ella es anterior a cualquiera de nosotros y perdurará en la memoria de las generaciones futuras... nosotros no.


martes, 24 de julio de 2012

Charlize Theron (No existen las casualidades II)

Marvin Gaye - A Funky State Reincarnation (1978) [Enlace]

Imágenes capturadas de la televisión
Recuerdo que ya hace quince años del éxito que supuso la campaña publicitaria de vermouth con nombre italianizado de “veranillo santo de mes de septiembre”. Todo el mundo recuerda a la joven que valoraba más perderse con el chico descarado que se mesaba los labios con el pulgar que permanecer junto al capo de cabellos y albornoz blancos, aunque aquello le costara la parte trasera del vestido y que todos admiráramos durante unos segundos la desnudez, redondez, y rotundez de su trasero contoneándose al compás del deshilado; antes de que saliera con graciosa elegancia la censura en forma de la marca anunciada. El anuncio no tiene desperdicio: es un excelente ejemplo publicitario, además de cinematográfico e incluso, quizás, cómo no, semiótico. Decía —antes de que perdiera yo también el hilo— que todo el mundo recuerda la escena pero muy pocos o nadie que detrás de aquella modelo se escondía un diamante en bruto, toda una señora actriz.
La segunda parte de esta historia es que al diamante en bruto, quince años después, cuando ya se ha convertido en toda una señora actriz, le ofrecen continuar con el juego erótico anterior. Al final del anuncio del perfume, francés —cómo no—, la protagonista se aleja moviéndose con el mismo porte y cadencia; ha dejado ya todo su vestido por el camino, como “agradeciendo” con ese desnudo integral —cual guiño íntimo y cómplice— a sus seguidores todos los años de confianza depositados en ella desde el primer anuncio. Ni que decir tiene que tras todos esos años de respiración contenida, de deseo inconcluso del primer anuncio; con el segundo se culmina el orgasmo visual y mental que supuso la interrupción de ciento ochenta meses antes. Ahora el recurso censor es un magistral contraluz, pero viendo cómo se aleja —y os aseguro que no me ha costado encontrar el fotograma exacto— en ambos trabajos, es imposible pensar que todo sea casual. De nuevo no existen las casualidades porque el mundo está lleno de gente que piensa... hasta el mínimo detalle. Las cosas no son lo que parecen, sino lo que son.