sábado, 7 de diciembre de 2013

Espéculos

Debe ser cierto que especular no es un delito cuando todo el mundo decide o ansía realizar esta práctica. Uno, que es tonto, pensaba hasta hace poco que se trataba de representar de la manera más fidedigna posible la imagen de un modelo que reflejaba un espejo —sí, claro, acabo de reconocerles mi simpleza—. Claro que, también hace tiempo que aprendí que, para la ciencia, un modelo es una mentira; luego no íbamos tan desencaminados. El modelo científico consiste en una hipótesis desprovista de lo superfluo destinada a explicar de manera racional una complejidad.
     Es así como lo original, el modelo del espejo —da igual que sea o no una mentira— queda como parte real del objeto mientras que el reflejo se convierte en la parte imaginada —representación de una imagen— y entramos de lleno en el mundo de la realidad y la suplementaria surrealidad de la que tanto sabía esa punta de iceberg que era Dalí.
     Pero no acabo de aceptar que cuando me miro en el espejo como Eduardo Benavente, aparte de “ser feliz y no pensar en nadie más que en mí”, realice un acto de especulación ya que el inconsciente —o quizás sea el subconsciente, vaya usted a saber— me sugiere que estoy observando con interés (especulando) más que contemplando con placer (viéndome reflejado). Es evidente que la observación conlleva una mayor intención que la visión o la contemplación.
     A estas alturas el lector ya habrá adivinado que no estoy hablando del, digamos, extraño instrumento que los médicos utilizan para explorar la vagina o cualquier otro orificio corporal; y mucho menos de las deliciosas galletas belgas y holandesas* de mantequilla que evocan la historia navideña de Nicolás de Bari y que los hijos de la Gran Bretaña devoran en su, más que diaria, religiosa ingesta de teína. Aunque se empiezan a vislumbrar las derivaciones y conexiones entre los étimos.
    No obstante me sigue quedando la duda de si especular puede considerarse un acto de pecado capital, bien porque sea parte de nuestra naturaleza —sospecho que no sólo mediterránea— o una derivación inequívoca de la envidia que nos produce ver a tanto sujeto —me niego a calificarlos porque seré cruel y procaz— practicándola con total impunidad porque, a pesar de todo el sufrimiento que conlleva a quien no acolita esta práctica, se sigue especulando.

* Los Speculoos, Speculaas o Spekulatius (también se conocen como galletas de mantequilla y jengibre) son unas galletas belgas tradicionales de Navidad, pero que también se consumen habitualmente en Alemania, Holanda y el norte de Francia. Se caracterizan por su forma con figuras y motivos como la que podéis ver en la imagen, pero también por su textura crujiente y su sabor.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Secretos de familia – Números primos (II parte)

Los números primos son una familia de infinitos miembros en los que, como en todas las familias, existe uno o varios miembros que son “los garbanzos o las ovejas negras”. En el caso que nos ocupa, el denominador común de todos los miembros que conforman esta familia es que son todos impares, menos uno, el 2 —par—, y el 1 que, aún siendo impar, dicen ahora los teóricos de las matemáticas que ya no es primo —debe ser que, como en toda buena familia que se precie, se ha peleado con el resto por una cuestión de herencia; en este caso, por la definición—.
         Sea como fuere, el caso es que en la familia de los números primos, lo que “prima” es la imparidad. Dentro de esta condición se agrupan en cinco subfamilias de números: los acabados en 1, 3, 5, 7 y 9; con la curiosidad de que el 5 no tiene descendencia, es un soltero de oro —quizá por un oculto narcisismo exacerbado, por una homosexualidad reprimida, o ambas cosas, ¿por qué no?—; salvo él mismo, todos los números acabados en 5 son múltiplos de él, luego no son primos. Así que la familia prima se reduce a un núcleo duro en el que los protagonistas son el 1 —con el cabeza de familia expulsado como ya hemos mencionado—, el 3, 7 y 9 —este último tiene que soportar las constantes burlas del 3 porque él mismo (el 9) es múltiplo de 3—. En realidad la del 9 es una subfamilia escinda o de ¿segunda? ya que el cabeza de familia no es número primo.
         Así que las dos grandes familias que restan y, por ende, compiten entre sí son la del 3 y la del 7.


         La sucesión de números primos acabados en 3 es que se repiten en grupos de dos y saltan una decena (13-23, 43-53, 73-83, 103-113, ¿133-143?...). Algo empieza a fallar. Hay miembros de la familia que deberían estar y no están; ausencias misteriosas, números desaparecidos, personajes típicos de telefilm americano de sobremesa saturnina.
         En los diagramas adjuntos se muestra de una manera gráfica el porqué de esas extrañas variaciones, que obedecen —como no podía ser de otra manera— a series numéricas sencillas. En el caso del 133 y 143 atiende la regla de que son múltiplos de dos primos (133=7x19 y 143=11x13); es, pues, la superposición de estas series la que descubre la posición de todos los números primos. El primero en darse cuenta de esta disposición numérica —no tan resumida— fue Eratóstenes y ya dimos cuenta de él en una entrada anterior*, aquí mismo, en MLS; pero no por ello deja de asombrar redescubrir la posición elegante y bella que cada familia de múltiplos adopta en un infinito mar de números. En esa inmensidad de orden rígido, a poco que uno se fije, descubre un juego sencillo y divertido para ordenar, disponer, racionalizar aparentes caos. Vamos, una inutilidad más... como otra cualquiera.



* MLS 2012-02-29 El día que descubrí que el uno no era primo.

lunes, 7 de octubre de 2013

Este blog todavía no está muerto. Es que, de momento, no tengo nada qué contar.

Se trata de un ciclo. Hay un tiempo para dar y otro para recibir. Momentos de escritura que preceden otros de lectura. Reflexiones tras observaciones.
Siempre que he imaginado en qué época de la historia hubiera encajado mejor, un escalofrío me ha recorrido la espalda. El otro día me vi en la Grecia clásica, entre magníficos discursos políticos, cuerpos perfectos y batallas incesantes —regalos de los dioses todos—; y caí en la cuenta del paralelismo con la actualidad (el lector se habrá dado cuenta ya de la ironía). Así que me desvié con celeridad a una de mis aficiones inconfesables: construir diálogos en mi cabeza partiendo de canciones inglesas; pero me atasqué con “Wanted Man” de Cash cantada por Nick Cave. Así que decidí escribir a una amistad lejana en el espacio.
No quería que fuesen unas letras profundas, aunque sí cálidas —como el puto día de poniente que el primero de octubre nos estaba regalando a la ciudad de los grandes eventos muertos y enterrados— y sinceras, ¡cómo no! Luego no cabía más opción que ofrecerle un pedazo de entraña macerada hallada entre las ruinas de un disco duro: “De triángulos y circunferencias”.


DE TRIÁNGULOS Y CIRCUNFERENCIAS

Vaya por delante que este artículo no pretende ser un ensayo matemático sobre geometría euclídea, ni tampoco una síntesis sociológica. Tan solo es una invitación a la reflexión que el autor abajo firmante lanza con el fin de poner equilibrio y sentido en la batalla del día a día.
Tres puntos definen un plano; si estos distan entre sí lo mismo se obtiene un triángulo equilátero, una figura perfecta. Al añadir un punto más convertimos el triángulo en un polígono de cuatro lados, o para ilustrar mejor el ejemplo, en un cuadrado. Si se añaden infinitos puntos buscando siempre la regularidad de la figura geométrica llegamos a la circunferencia: figura perfecta en la que todos los puntos que la definen equidistan de uno, al que se le llama centro.
A las personas les pasa lo mismo. Las hay que definen el plano de su vida en torno a tres puntos básicos, tres ideas, o simplemente tres necesidades. Otras necesitan de cuatro, cinco o más puntos. Las menos necesitan, como la circunferencia, de infinitos puntos para poder asentar su vida. Todas las opciones son válidas, no se es mejor ni peor por ser un triángulo o una circunferencia, ni si quiera si se está en el inmenso abanico de posibilidades que ofrece el término medio. La única diferencia entre la circunferencia y el resto de figuras geométricas regulares que definen un plano es que mientras las últimas se bastan con el mismo número de puntos para crecer, la circunferencia necesita aumentar su infinito número de puntos equidistantes del centro para seguir conservando su esencia y su carácter cerrado o completo. Así pues los seres circunferencia, a lo largo de su existencia, van acumulando sin cesar los puntos básicos necesarios para vivir, mientras que los seres triángulos todo lo supeditan a sus tres necesidades básicas. Y no por estar conformado por tres o infinitos puntos se tiene que ser más o menos complejo o simple. Hay triángulos basados en el aprendizaje, la maestría y la enseñanza, mientras que otros lo hacen en el comer, beber y amar. Son necesidades o ideas que no tienen por qué ser antagónicas, incluso pueden complementarse; pero lo cierto es que este tipo de personas son más felices que aquellas que están obligadas a rodearse de un mayor número de necesidades ya que les resulta más fácil desprenderse de todo aquello que no les es necesario y disfrutar con mayor intensidad de aquello que poseen. Por contra cuantas más necesidades se adquieran, más se depende de ellas, creándose un vínculo de obligatoriedad del que jamás se puede prescindir. El goce de estos individuos es menor ya que como es sabido por todos cuando el numerador se divide por un denominador grande el resultado disminuye sensiblemente.
En este nuestro caso, el goce o placer de disfrutar de las opciones que nos presenta la vida es el cociente de la división el numerador correspondería al tiempo que tenemos para vivir, y el denominador sería todas las necesidades de las que nos rodeamos para poder disfrutar de la vida.
Pero de juzgar a los individuos atendiendo al modo que tienen estos de ser felices todavía no hay nada escrito, y desde luego seguirá sin haberlo, porque las aporías no son puntos necesarios para formar seres poligonales.

València, 24-5-2001

 

viernes, 9 de agosto de 2013

Neuronía

“Neuronía: se dice del estallido simultáneo de neuronas, por simpatía entre estas, ante una avidez excesiva de información por parte del cerebro”.

Con cada discusión que tengo con la vida acabo rompiendo una conexión de mis neuronas. No es que lo note, no; sino que lo oigo, dentro de mi cabeza, como la cuerda de un arpa o de un piano que, al romperse, emite una nota desafinada quebrada; incluso algunos de ustedes, los que mejor me conozcan, dirán que no es para tanto, que yo, como mucho, lo máximo que puedo tener en la cabeza es un ukelele o un contrabajo; qué le vamos a hacer, somos simples.
El caso es que sospecho que con dos discusiones más, es probable que acabe hacinado en la cama de una sala de urgencias conectado a una maraña de tubos y de cables —con la rabia que me han dado siempre que se enreden— a una máquina que emita un constante y uniforme encefalograma plano de infinita nota monótona similar a la de la cuerda de un arpa o un piano cuando se rompen.
Todo el mundo sabe que el gran fracaso de la naturaleza ha sido el diseño de las neuronas porque son el único ente vivo incapaz de reproducirse. Alguna mente sesuda y pensante —porque le quedará alguna neurona, claro— dirá que es por el marcado carácter vocacional de estas, porque la neurona tiene que estar de manera continua transmitiendo información y no puede distraerse en placeres de ningún tipo —algo parecido a lo que pasa con los curas— y menos mundanos; aunque yo sospecho que algunas de mis neuronas ante el panorama que se les presenta han decidido autoinmolarse porque, de vez en cuando, sin venir a cuento, escucho notas quebradas de arpa por mi cabeza... o será que ya no sé distinguir cuando discuto de cuando dialogo. La velocidad está generando memorias muy cortas para esperanzas de vida tan largas.

sábado, 22 de junio de 2013

Suprematismo

Universo cultural u homenaje a Malevich.
(2013) – Diego Iglesias.
La sensibilidad sabe mucho de espacios blancos listos para ser impresos de ideas. Este eufemismo sobre la virginidad resulta recurrente a la hora de explicar la génesis de la obra de arte. Después viene el experto con su crítica indiscutible avalada por lectores ávidos de tecnicismos que expresen emociones y lanza el exabrupto, la palabra que resume meses, si no años, de trabajo. Pretencioso, ¿no? Bueno, al menos así queda demostrado que, en una obra de arte, cualquiera puede conocer más de la obra que el propio artista porque éste ha sido incapaz de sintetizar en una sola palabra, imagen, sonido, aroma o sabor la expresión de su idea.
El soporte en blanco al que se enfrenta cualquiera cuando quiere expresar una idea (bien sea la hoja de un papel, un bloque de mármol o un plato de loza) no es más que la suma del acervo cultural de la humanidad concentrado en una diminuta superficie —o volumen— esperando a que alguien elija cuál de las infinitas expresiones que contiene sea extraída, por lo que podemos concluir que sólo somos meros descubridores —por destapar— del saber y no creadores —por hacer algo de la nada— como pudiera parecer.


martes, 19 de marzo de 2013

Santos óleos

Esta crisis se nota hasta en el infierno. Ahora Satanás, en vez de azufre, utiliza aceite hirviendo para martirizarnos mientras esperamos el día del juicio final. La verdad es que no difiere mucho de lo que está sucediendo en Valencia con sus fiestas principales —las fallas— porque desde unos años a esta parte las calles han cambiado el olor a pólvora por el de fritanga. El primero no es que fuera muy agradable pero, como quiera que sólo se olía una vez al año, le daban a la fiesta un carácter único, un poco solemne, casi extático si me apuran. Pero el olor a fritanga... sólo hay que bajarse cualquier día al bar de la calle para disfrutarlo y, a veces, ni es necesario bajar; ya sube él sólo. Ese aceite requemado con el que se hacen lo mismo unas patatas fritas, que unos calamares, que un morro de cerdo o que unas croquetas de bacalao —“lo que facha falta”—; no es lo mismo con el que se hacen porras, churros y buñuelos, en los puestos de venta ambulante de cualquier calle que te encuentres de la Valencia incendiada, pero como si lo fuera. Hago un inciso para lanzar una propuesta: me gustaría que, a quién corresponda, realizara comprobaciones sobre la cantidad de calabaza que llevan los supuestos buñuelos de su mismo nombre... a mí todos me saben a viento, es decir, a nada. Un amigo tiene la teoría de que a los de calabaza en realidad le echan un poco de colorante de la paella a la masa para darles color. Sea como fuere, el pestazo a aceite frito n-veces-más-una que se te adhiere a la ropa cuando sales a pasear es tan intenso que esta no sirve de un día para otro y mucho menos tenderla por la noche en el balcón para que se airee, porque el olor a frito permanece toda la noche en el ambiente de la ciudad, hasta que, al despuntar el alba, cuando entra un ligero Xaloc, parece, y sólo parece, que el aroma desaparece. En realidad son las fosas nasales, en las que las vellosidades se han quedado impregnadas de las minúsculas gotas de aceite que flotan en el ambiente y, si no las limpias bien, perduran.
Como bien es sabido por todo el mundo, el aceite de girasol es malísimo para cocinar puesto que las gotitas, cuando se depositan sobre el azulejo de la cocina y se solidifican, es muy costoso eliminarlas, imagínense respirar ese aceite y que se quede impregnado en los bronquios... igual de nocivo y tóxico que fumarse un paquete de tabaco. Por eso insisto a la ministra Salgado para que haga una ley contra los puestos ambulantes de buñuelos-churros-porras por atentar contra la salud pública por los motivos acabados de citar... ¡Ahí va, si ya no es ministra!, ¡bueno, a quién corresponda!
Otra consideración es que estos puestos incitan al alcoholismo juvenil. Las cuentas son claras: cuesta muchísimo más —casi el triple— comprarse un churro en estos sitios que una cerveza en un gran supermercado de confianza de siempre precios bajos de esta ciudad desde hace treinta años. Así de taxativo por ser cierto.
Y no hablemos del daño que se le hace a la campaña —casi cruzada diría yo— contra el colesterol malo y la diabetes que la ministra Salgado mantiene a pesar del poco presupuesto del que dispone... ¡Ah, no, que la Salgado ya no es ministra!, ¡se me había vuelto a olvidar! ¿Es que nadie piensa ya en los niños? ¡Otra partida de dinero público derrochada! El poderoso lobby de los vendedores de churros-porras-buñuelos venciendo de nuevo al débil ministerio de la seguridad social... ¡Qué vergüenza, padre, que vergüenza!
...

jueves, 28 de febrero de 2013

En cueros vivos

Las palabras no son unas pervertidas, su naturaleza es otra. Somos los usuarios quienes hacemos un mal uso de ellas, de esto no cabe duda alguna. Hace tiempo ya hice al respecto un ejercicio de reflexión sobre la palabra rock —en este caso, el término, más que pervertido, estaría prostituido, porque esta industria, la de la música, arrastra mucho dinero detrás— y su mal uso ha llevado a confundirlo con cualquier música realizada con una guitarra eléctrica —sí, es cierto lo que estáis pensando: si la copla se canta con un riff de fondo, eso también es rock... para algunos—.
Con la expresión “en cueros vivos” pasa algo parecido porque no es lo mismo un cuero que una piel. Por definición, un cuero es un trozo de piel secada, curtida y trabajada —un trozo de piel muerta, se sobreentiende—; por lo que debería decirse mejor ir “en piel viva”, o “estar en piel viva”, lo que resultaría un tanto paradójico porque la piel siempre está viva... Bueno, no, las momias conservan su piel, pero con la definición que acabo de dar, al estar muertas, lo que estarían es en cueros, pero no vivos —creo que empiezo a hacerme un lío—.
Alguien podría estar pensando en un abrigo de pieles. Pero no es lo mismo, porque eso son abrigos de cueros peludos puesto que existe una sutil diferencia semántica y, por lo general, por qué no decirlo, de precio. Ojo, que nadie se lleve a engaño, no apruebo la matanza de ningún animal por su piel en esta sociedad super-hiper-mega-tecnológica —en las culturas primitivas, que todavía las hay, es otro cantar—. Pero a lo que iba, que pierdo el hilo: pieles peludas  vivas todavía las hay y no deben confundirse con los abrigos de pieles peludas muertas, es decir, abrigos de cueros peludos, lo que me lleva a la reflexión del porqué de la casi enfermiza moda actual de rasurar la piel. Se ha abierto una guerra mundial contra el pelo. De la cabeza, las axilas, el torso, el pubis, las nalgas; parece ser que el único permitido y aceptado por la sociedad es el pelo de la cabeza de las mujeres.
Yo, desde aquí, manifiesto mi deseo por la igualdad entre sexos y que las mujeres también vayan con la cabeza afeitada, por un mundo sin pelo, tan molesto con el viento, siempre con champús anticaspa, provitamínicos, con mascarillas de germen de trigo —ojo con eso celíacos—. Con el tiempo conseguiremos que la humanidad evolucione hacia la alopecia integral. Aboguemos por ello: ¡todos sin un pelo en el cuerpo! ¡Estilistas al poder! ¡Se acabó el encontrarse un pelo en la sopa!

jueves, 31 de enero de 2013

Epitelial

Las pieles blancas —tanto o más que el talco— parecen que se van a quebrar con sólo mirarlas, como si fueran jarrones de porcelana... figuritas de Lladró acromadas. Tienen una especial relación con la luz de la Luna que las hace, si cabe, más bellas.
Por el contrario, las pieles negras, casi de reflejos azulados, parecen obsidianas volcánicas que tan sólo los rayos del Sol son capaces de irisar la infinita paleta de brillos cromáticos que poseen. Lo más probable es que esto sea el resultado de la difracción de la luz solar sobre el prisma que supone las diminutas gotas de sudor. Mucho más evidente sobre un fondo negro que blanco, qué duda cabe.
Entre ambas, todas las demás pieles, todas del mismo color, pero de interminables tonos en función de la concentración de melanina requerida para protegerse de la radiación ultravioleta solar.
La piel tiene sus propias marcas naturales que nos diferencian del resto, que nos hacen únicos: igual que las huellas dactilares nos identifican desde que nacemos hasta que fenecemos, los lunares son las huellas que nos provoca la naturaleza, mientras que las cicatrices son la firma de nuestras imprudencias a lo largo de la vida.
Todas las pieles son envoltorios preciosos, suaves y tersos... y sensibles. Incluso la más áspera requiere una caricia o un roce espontáneo; necesitan el contacto, el tacto, tocarse. Las pieles cuarteadas por el tiempo, por el sol, el aire o el salitre, como tierra reseca por una sequía prolongada en el tiempo, no son por ello más insensibles; el calor de la palma de una mano también puede enternecerlas.
Las pieles tatuadas es otra cosa... un auto castigo infringido que suena a problema afectivo. No creo que se trate de una distinción individual, sino de una marca —en cierto modo de propiedad—. Me viene a la memoria la inmensa cantidad de judíos que deben quedar todavía marcados como propiedad de Auschwitz o Treblinka, esclavos de uno de los episodios más tristes de la historia reciente. Lo dicho, las pieles tatuadas son pieles marcadas de por vida. No hay que llevarse a engaño: no son una marca personal, distintiva o diferenciador, sino la firma de un artista.
La atracción sexual empieza y termina por la piel. Cuando los amantes inician su ritual previo al coito, siempre se supedita a la caricia de la piel, bien sea en la zona del cuello, de las mejillas, de la frente, o incluso de los labios, por decir algunos puntos erógenos epiteliales.
 Unas de las zonas más interesantes del cuerpo es el de la boca. El más asombroso quizás por su versatilidad y su capacidad de dilatación. Y no confundamos los términos: cuando una boca se abre, la piel es la que se dilata; el músculo, se contrae.