domingo, 2 de marzo de 2014

Hipótesis sobre la otra ley de la gravitación universal de Newton

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Ley de la gravitación universal (1687) Isaac Newton
El momento más excitante de una relación sexual es cuando el lenguaje corporal de ambos dice que sí. No es necesario que el cerebro se entere de nada, de hecho, es el último en enterarse.
Por lo que respecta al diálogo que establecen ambas partes es frugal como un desayuno español, pragmático como un americano —del norte— y preciso como un reloj suizo; sólo requiere la confirmación de una mirada cómplice que dure décimas de segundo y un gesto —da igual que sea torpe o acertado, lo importante es que una de las partes dé ese primer paso—; después todos los acontecimientos se sucederán siguiendo el ritual invisible que la Naturaleza tiene marcado para perpetuarse. Tan sencillo y antiguo como la existencia de la propia vida en la Tierra.
En ese ritual, el contacto es imprescindible aunque dispar. Puede ser una caricia, incluso una brusquedad —dependerá del grado de dominación o sumisión del individuo—, pero la piel se convierte en la protagonista del rito. La textura es tan importante que se diría que la teoría gravitacional de Newton queda desechada porque lo que influye no es la masa ni la aceleración o la distancia de los cuerpos sino la capacidad que esta —la piel— tiene de llamar la atención y atraer a otro cuerpo. Por ello son tan importantes parámetros como el grado de rugosidad; aspereza; dureza; vellosidad; limpieza —referida más que a la higiene, que también, a la ausencia o no de marcas generadas por el tiempo como lunares, pecas, cicatrices o tatuajes—; tonalidad —quien suscribe no cree que existan los colores de piel— y, cómo no, aroma y sabor; porque todos los sentidos entran en juego. Es ahí, en el campo del olfato y del gusto donde cobran su máxima importancia los besos. El ser humano es inteligente y ha desarrollado un recurso aceptado por la sociedad para no tener que ir dando lametones a diestro y siniestro, pues con el gesto del beso no sólo la boca entra en contacto con la piel, sino que la nariz queda a la distancia exacta para poder comprobar —y constatar— con el olfato que esa epidermis, y no otra, es la adecuada. Cuando todos estos parámetros confluyen en la misma dirección el resultado no puede ser otro que el del ACTO[1], donde entran de lleno en juego los sexos y su pericia o torpeza para producir placer, pero esa es otra historia.





[1] No hay que llevarse a engaños, sólo existe un acto con mayúsculas, y es el acto sexual; todos los demás, en el fondo y aunque parezca inverosímil, se supeditan a este.