lunes, 7 de octubre de 2013

Este blog todavía no está muerto. Es que, de momento, no tengo nada qué contar.

Se trata de un ciclo. Hay un tiempo para dar y otro para recibir. Momentos de escritura que preceden otros de lectura. Reflexiones tras observaciones.
Siempre que he imaginado en qué época de la historia hubiera encajado mejor, un escalofrío me ha recorrido la espalda. El otro día me vi en la Grecia clásica, entre magníficos discursos políticos, cuerpos perfectos y batallas incesantes —regalos de los dioses todos—; y caí en la cuenta del paralelismo con la actualidad (el lector se habrá dado cuenta ya de la ironía). Así que me desvié con celeridad a una de mis aficiones inconfesables: construir diálogos en mi cabeza partiendo de canciones inglesas; pero me atasqué con “Wanted Man” de Cash cantada por Nick Cave. Así que decidí escribir a una amistad lejana en el espacio.
No quería que fuesen unas letras profundas, aunque sí cálidas —como el puto día de poniente que el primero de octubre nos estaba regalando a la ciudad de los grandes eventos muertos y enterrados— y sinceras, ¡cómo no! Luego no cabía más opción que ofrecerle un pedazo de entraña macerada hallada entre las ruinas de un disco duro: “De triángulos y circunferencias”.


DE TRIÁNGULOS Y CIRCUNFERENCIAS

Vaya por delante que este artículo no pretende ser un ensayo matemático sobre geometría euclídea, ni tampoco una síntesis sociológica. Tan solo es una invitación a la reflexión que el autor abajo firmante lanza con el fin de poner equilibrio y sentido en la batalla del día a día.
Tres puntos definen un plano; si estos distan entre sí lo mismo se obtiene un triángulo equilátero, una figura perfecta. Al añadir un punto más convertimos el triángulo en un polígono de cuatro lados, o para ilustrar mejor el ejemplo, en un cuadrado. Si se añaden infinitos puntos buscando siempre la regularidad de la figura geométrica llegamos a la circunferencia: figura perfecta en la que todos los puntos que la definen equidistan de uno, al que se le llama centro.
A las personas les pasa lo mismo. Las hay que definen el plano de su vida en torno a tres puntos básicos, tres ideas, o simplemente tres necesidades. Otras necesitan de cuatro, cinco o más puntos. Las menos necesitan, como la circunferencia, de infinitos puntos para poder asentar su vida. Todas las opciones son válidas, no se es mejor ni peor por ser un triángulo o una circunferencia, ni si quiera si se está en el inmenso abanico de posibilidades que ofrece el término medio. La única diferencia entre la circunferencia y el resto de figuras geométricas regulares que definen un plano es que mientras las últimas se bastan con el mismo número de puntos para crecer, la circunferencia necesita aumentar su infinito número de puntos equidistantes del centro para seguir conservando su esencia y su carácter cerrado o completo. Así pues los seres circunferencia, a lo largo de su existencia, van acumulando sin cesar los puntos básicos necesarios para vivir, mientras que los seres triángulos todo lo supeditan a sus tres necesidades básicas. Y no por estar conformado por tres o infinitos puntos se tiene que ser más o menos complejo o simple. Hay triángulos basados en el aprendizaje, la maestría y la enseñanza, mientras que otros lo hacen en el comer, beber y amar. Son necesidades o ideas que no tienen por qué ser antagónicas, incluso pueden complementarse; pero lo cierto es que este tipo de personas son más felices que aquellas que están obligadas a rodearse de un mayor número de necesidades ya que les resulta más fácil desprenderse de todo aquello que no les es necesario y disfrutar con mayor intensidad de aquello que poseen. Por contra cuantas más necesidades se adquieran, más se depende de ellas, creándose un vínculo de obligatoriedad del que jamás se puede prescindir. El goce de estos individuos es menor ya que como es sabido por todos cuando el numerador se divide por un denominador grande el resultado disminuye sensiblemente.
En este nuestro caso, el goce o placer de disfrutar de las opciones que nos presenta la vida es el cociente de la división el numerador correspondería al tiempo que tenemos para vivir, y el denominador sería todas las necesidades de las que nos rodeamos para poder disfrutar de la vida.
Pero de juzgar a los individuos atendiendo al modo que tienen estos de ser felices todavía no hay nada escrito, y desde luego seguirá sin haberlo, porque las aporías no son puntos necesarios para formar seres poligonales.

València, 24-5-2001