lunes, 7 de diciembre de 2015

Cinceladas

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Busto de Nefertiti – Museo egipcio de El cairo
Claudivones, escultor de la escuela de Alejandría, dedicó toda su vida profesional a la creación y recreación de la iconografía clásica y antigua de Egipto y, de manera especial, a esmerarse en el apéndice nasal de sus creaciones. Consideraba que, siendo la nariz la parte más visible de un rostro, la que antes se percibe por su obvia proximidad con el espectador  como si de una especie de tarjeta de presentación se tratara; más que deber, tenía que ser perfecta.
   Y lo consiguió con creces. Nadie reprodujo nunca durante su época narices tan bellas como él. Su problema, su drama interno, radicó en que, para llegar a ese estadio de perfección, tuvo que renunciar a la originalidad y centrarse en un único modelo, lo que derivó en que siempre esculpiera la misma nariz. Esto le produjo tal desesperanza que, al final de su longeva carrera como reproductor tridimensional de la belleza en cualquiera de sus manifestaciones —real, ideal o natural— en un arrebato de extrema impotencia y locura, se dedicara por toda la ciudad, cincel en mano, a mutilarlas.

jueves, 3 de septiembre de 2015

MARIE ANTOINETTE Y EL LOBO (reflexión libre sobre el cuento "Le petit chapeuron rouge" de Charles Perrault)

Sí, queridos amigos. Marie Antoinette, también conocida como “l’autr’chienne” por su ascendiente y ascendente familiar, o como caperucita roja por su peculiar vestimenta; acabó al igual que su abuela, devorada en casa de esta a manos de un lobo feroz; esto según nos cuenta Charles Perrault –hermano, por cierto, del insigne arquitecto y traductor al francés de los diez libros de arquitectura de Vitrubio−.
De nada sirvió que el bosque que debía atravesar entre las dos poblaciones que separaba estuviera plagado de fornidos peludos y feroces leñadores; ni que la casa de la abuela estuviera al principio (o al final, según se mire) junto al molino de una de las aldeas que, por cierto, además del lugar idóneo para moler el grano, las casas colindantes resultaban ideales para que las esperas se hicieran menos tediosas, por decirlo de alguna manera suave y no manifiesta.
El dato más desconcertante que Perrault nos deja en su narración, al menos para quien os dibuja estas palabras, es que Marie Antoinette accediera a la petición del travestido feroz en abuela de acostarse con ella desnuda; y otro no menos inquietante es que una madre, conocedora de los peligros que ese bosque encerraba y del uso que su progenitora −el personaje de la abuela− hacía de su casa, mandara a su hija aún doncella (lo siento, pero las adolescentes no llevaban ni esos atuendos ni esos coloridos en aquellas épocas por casualidad) en vez de ella misma. No menos sorprendente resulta la omisión que se hace a no aludir al sexo, cosa inevitable de apreciar aunque sea de soslayo cuando dos personas coinciden desnudas en un lecho, ni aun siendo del mismo género ni de edades dispares.
Ahora bien, lo que no se entiende de ninguna de las maneras es que, ante una apuesta o reto, alguien se entretenga con flores, avellanas y mariposas. Queda claro que representa la elección acertada siempre de un camino largo como expresión del esfuerzo, pero Perrault podría haber sustituido el perseguir mariposas por otra cosa que fuese productiva, al igual que recoger flores y avellanas –que se supone son para la abuela−, pero ¿perseguir mariposas? Se me escapa un poco, de verdad; aunque en aquella época, la de Perrault en la fase final del “Ancien Régime” y dentro de la corte francesa suponemos que se asociaría a la ligereza, inconstancia, feminidad y sensualidad del individuo; y no a la idea cristiana de la resurrección; o sí, ¡vaya usted a saber!


LE PETIT CHAPEURON ROUGE (Charles Perrault, 1697)

En tiempo del rey que rabió·, vivía en una aldea una niña, la más linda de las aldeanas, tanto que loca de gozo estaba su madre y más aún su abuela, quien le había hecho una caperuza roja; y tan bien le estaba que por caperucita roja conocíanla todos. Un día su madre hizo tortas y le dijo:
-Irás a casa de la abuela a informarte de su salud, pues me han dicho que está enferma. Llévale una torta y este tarrito lleno de manteca.
Caperucita roja salió enseguida en dirección a la casa de su abuela, que vivía en otra aldea. Al pasar por un bosque encontró al compadre lobo que tuvo ganas de comérsela, pero a ello no se atrevió porque había algunos leñadores. Preguntola a dónde iba, y la pobre niña, que no sabía fuese peligroso detenerse para dar oídos al lobo, le dijo:
-Voy a ver a mi abuela y a llevarle esta torta con un tarrito de manteca que le envía mi madre.
-¿Vive muy lejos? -Preguntole el lobo.
-Sí, -contestole Caperucita roja- a la otra parte del molino que veis ahí; en la primera casa de la aldea.
-Pues entonces, añadió el lobo, yo también quiero visitarla. Iré a su casa por este camino y tú por aquel, a ver cuál de los dos llega antes.
El lobo echó a correr tanto como pudo, tomando el camino más corto, y la niña fuese por el más largo entreteniéndose en coger avellanas, en correr detrás de las mariposas y en hacer ramilletes con las florecillas que hallaba a su paso.
Poco tardó el lobo en llegar a la casa de la abuela. Llamó: ¡pam! ¡pam!
-¿Quién va?
-Soy vuestra nieta, Caperucita roja -dijo el lobo imitando la voz de la niña. Os traigo una torta y un tarrito de manteca que mi madre os envía.
La buena de la abuela, que estaba en cama porque se sentía indispuesta, contestó gritando:
-Tira del cordel y se abrirá el cancel.
Así lo hizo el lobo y la puerta se abrió. Arrojose encima de la vieja y la devoró en un abrir y cerrar de ojos, pues hacía más de tres días que no había comido. Luego cerró la puerta y fue a acostarse en la cama de la abuela, esperando a Caperucita roja, la que algún tiempo después llamó a la puerta: ¡pam! ¡pam!
-¿Quién va?
Caperucita roja, que oyó la ronca voz del lobo, tuvo miedo al principio, pero creyendo que su abuela estaba constipada, contestó:
-Soy yo, vuestra nieta, Caperucita roja, que os trae una torta y un tarrito de manteca que os envía mi madre.
El lobo gritó procurando endulzar la voz:
-Tira del cordel y se abrirá el cancel.
Caperucita roja tiró del cordel y la puerta se abrió. Al verla entrar, el lobo le dijo, ocultándose debajo de la manta:
-Deja la torta y el tarrito de manteca encima de la artesa y vente a acostar conmigo.
Caperucita roja lo hizo, se desnudó y se metió en la cama. Grande fue su sorpresa al aspecto de su abuela sin vestidos, y le dijo:
-Abuelita, tenéis los brazos muy largos.
-Así te abrazaré mejor, hija mía.
-Abuelita, tenéis las piernas muy largas.
-Así correré más, hija mía.
-Abuelita, tenéis las orejas muy grandes.
-Así te oiré mejor, hija mía.
-Abuelita, tenéis los ojos muy grandes.
-Así te veré mejor, hija mía.
-Abuelita, tenéis los dientes muy grandes.
-Así comeré mejor, hija mía.
Y al decir estas palabras, el malvado lobo arrojose sobre Caperucita roja y se la comió.

Moraleja: La niña bonita, la que no lo sea, que a todas alcanza esta moraleja. Mucho miedo, mucho, al lobo le tenga; que a veces es joven de buena presencia, de palabras dulces, de grandes promesas, tan pronto olvidadas como fueron hechas.





· Personaje proverbial, símbolo de antigüedad muy remota (RAE). Por simple curiosidad y, cómo no, de manera casual; hemos descubierto que rabiaba por gachas o por sopas.

domingo, 21 de junio de 2015

Christopher Carandini also is dead

Marinetti Love Sant'Elia Eufrasio Saluditero Christopher Lee Drácula Hammer El beso del vampiro
Christopher Frank Carandini Lee.
Imagen tomada de Internet
Se fue, esta vez para siempre. De nada servirá que nos juntemos en torno a su tumba para conjurar su regreso con el ritual de nuestra sangre; si acaso tendremos que conformarnos con una fugaz aparición en la pantalla de alguna televisión de pago o alguna descarga ilegal de su antiimagen. En cualquier caso, quedamos frustrados –suponemos como él en vida− por no verlo ni verse cabalgado por la Mancha recreando la triste figura de la imaginación de Don Miguel. Aunque siempre nos quedará el erotismo de sus interpretaciones del Conde para la Hammer, sin duda, el mejor Drácula de todos los tiempos. Y encima un siete de junio (si es que…)

jueves, 28 de mayo de 2015

Barrade

Imagen tomada de Internet
Entre pollas y poyas anduve aquella maldita noche tropical de mayo. Cuestionándome si sería más adecuado decir polla cuando estuviera enhiesta, y si poya cuando flácida. Pero la “y”, griega y mayúscula —la Y para entendernos— me abstrajo por su forma explícita de sexo femenino —de pubis por si a alguien le genera dudas— lo que me llevó a concluir que, en el caso del culo, sin dudarlo correspondería con el signo matemático +, pero siendo un poco más poéticos o estéticos me decanté por la cruz latina † ya que su brazo largo parece sugerir las piernas… mucho más largas.
Y en este desbarrado de ideas no faltó tampoco quedarme un buen rato colgado con la X; quizá, la única conexión entre la industria del porno y las matemáticas, pero lo más probable es que exista alguna más si buceáramos en la vida privada de al-Juarismi. No, esto es una frivolidad porque, como todo el mundo sabe, la incógnita X es un símbolo tomado de la palabra Xei, helenización medieval del árabe clásico Shei que significa “lo desconocido” o incógnito. La X del porno no es otra cosa que la abstracción del gesto que los censores hacían con sus plumas sobre las obras indecorosas, incluidas las pornográficas.
Pero como los surcos del laberinto de la testa tienen estas cosas que te llevan y te traen por caminos sinuosos; se me presentó el dilema de si las personas que tienen una cabeza —testa— pequeña en realidad tienen un testículo encima de los hombros; pero no, la palabra significa “testigos”. ¡Ja! Qué gracia: los testigos. No podían llamarse de otra forma; bueno, sí: los cotillas, los mirones, los animadores o los apoyadores que, retomando el inicio; apoyan cuando la flacidez se hace presente y apollan —o animan— cuando el vigor aparece. Aunque ahora me doy cuenta que apoyar es como consolar, pero no voy a entrar en el tema de los consoladores, por lo menos hoy. Bueno, pero sí voy a pensar en ello, o en ellos, o en las dos cosas, o en nada; no lo sé.

sábado, 9 de mayo de 2015

Un vaso sirve para contener líquidos pero se pasa la mayor parte de su vida vacío

Una de las mayores fuentes del proceso creativo se halla en los sueños. En el subconsciente nocturno se almacena todo aquello que no obtiene una respuesta del consciente diurno, por lo que se podría decir los sueños resultan una especie de inventario de cuestiones pendientes de la rutina; siempre de manera poética, nunca prosaica, afirmaría incluso que la luna no es más que el almacén de las cuestiones pendientes planteadas bajo la luz del sol.
Cada día que pasa tengo mayor certeza de que el surrealismo no es el deseo manifiesto de los sueños, sino el calotipo de la consciencia; por lo que —tras un periodo de aprendizaje, como todo en esta vida—, es posible llegar a comprender la realidad desde este punto de vista. Los beneficios de esta complejidad voluntaria son obvios pero, quizá, su mayor problema resida en la dependencia que genera la maravilla de la particularidad.
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Imagen tomada de internet

Como decía, aprender a mirar desde esta perspectiva, desde una de las infinitas caras infinitesimales de la esfera —si se me permite la licencia redundante—; es un proceso largo, complejo y de resultados dependientes como corresponde a cualquier proceso de abstracción porque el intelecto, en definitiva, se nutre de ello. Claro, si se quiere, porque lo cierto es que, a veces la inteligencia sólo está al servicio de la supervivencia —que no es poco, todo hay que decirlo— frente a las agresiones de otros intelectos que por miedo se dedican a la siembra de cadáveres. Y con ese panorama es difícil que los vasos sirvan para otra cosa que no sea cubrir la necesidad fisiológica de saciar la sed o permanecer la mayor parte del día —y de la noche— en un armario de la cocina: vacío.