sábado, 9 de mayo de 2015

Un vaso sirve para contener líquidos pero se pasa la mayor parte de su vida vacío

Una de las mayores fuentes del proceso creativo se halla en los sueños. En el subconsciente nocturno se almacena todo aquello que no obtiene una respuesta del consciente diurno, por lo que se podría decir los sueños resultan una especie de inventario de cuestiones pendientes de la rutina; siempre de manera poética, nunca prosaica, afirmaría incluso que la luna no es más que el almacén de las cuestiones pendientes planteadas bajo la luz del sol.
Cada día que pasa tengo mayor certeza de que el surrealismo no es el deseo manifiesto de los sueños, sino el calotipo de la consciencia; por lo que —tras un periodo de aprendizaje, como todo en esta vida—, es posible llegar a comprender la realidad desde este punto de vista. Los beneficios de esta complejidad voluntaria son obvios pero, quizá, su mayor problema resida en la dependencia que genera la maravilla de la particularidad.
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Imagen tomada de internet

Como decía, aprender a mirar desde esta perspectiva, desde una de las infinitas caras infinitesimales de la esfera —si se me permite la licencia redundante—; es un proceso largo, complejo y de resultados dependientes como corresponde a cualquier proceso de abstracción porque el intelecto, en definitiva, se nutre de ello. Claro, si se quiere, porque lo cierto es que, a veces la inteligencia sólo está al servicio de la supervivencia —que no es poco, todo hay que decirlo— frente a las agresiones de otros intelectos que por miedo se dedican a la siembra de cadáveres. Y con ese panorama es difícil que los vasos sirvan para otra cosa que no sea cubrir la necesidad fisiológica de saciar la sed o permanecer la mayor parte del día —y de la noche— en un armario de la cocina: vacío.

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