viernes, 16 de diciembre de 2011

Adiós, amor

Adiós, ¡amor!. Espero no verte nunca más escapándote de entre mis dedos. Se acabaron los días en los que tenía que pedirte permiso para salir con mis amigos, sin embargo, tú, podías irte con cualquiera. Me perseguiste durante años como si fueras una segunda sombra incluso en las noches de luna nueva. Tantas veces te pedí que me dejaras, que ahora soy yo quien te deja, por fin, para siempre. No me arrepiento en absoluto, al menos de momento, porque soy consciente de que en cualquier momento puedo volver contigo o que tú llames a mi puerta y te abra, y te deje entrar, y te vuelvas a quedar conmigo, y la historia empiece de nuevo o continúe donde la dejamos. Aunque me da la nariz, esa misma que he recuperado, que esta vez va a ser diferente porque tu recuerdo permanece en un surco de mi materia gris imborrable, todos los días, desde que me levanto hasta que me acuesto e incluso, a veces, sueño contigo.
Sueño que me persigues, que me alcanzas, que me ahogas. Siempre de noche, por la única calle plana del pueblo, con ese ruido de fondo mecanizado y vítreo de infinito recorrido, como una nube empujada errante por el viento. Por mucho que corra me resulta imposible desprenderme de ti. Es el complejo de culpa, sin duda, que nos persigue a mi subconsciente y a mí. Cuando despierto, sobresaltado y jadeante, te busco con mi mano izquierda para encontrar tan solo el mísero despertador, jodida máquina tocapelotas cuya única finalidad era acercar a las personas y que, poco a poco, se ha ido convirtiendo en un tirano que las aleja.
Me levanto mirando de reojo tu ausencia en el dormitorio y lloro por dentro... hasta que expulso el primer esputo de la mañana, entonces me convenzo de lo que he hecho... pero, ¡te echo tanto de menos!.

No hay comentarios:

Publicar un comentario