viernes, 3 de febrero de 2012

Las tierras coloreadas

Hay tierras amables que se visten con elegantes y vistosos tapices de plantas con una infinita gama de verdes. A veces se engalanan con tal exhuberancia que incluso es imposible que el sol las ilumine y la putrefacción se extiende por el sustrato que sirve de alimento a un suelo, por lo general, rico en agua.
     También hay otras muchas cubiertas con corazas de asfalto para hacerse resistentes a la humanidad; cuando esta desaparezca, la tierra, con la ayuda de la mandíbula del tiempo, se irá desprendiendo poco a poco de la coraza para mostrar su verdadero aspecto.
Las tierras salvajes de los desiertos se muestran desnudas con su amplia paleta de colores como si fuera la cola de un pavo real. Colores por estratos o plegados como sábanas en una cómoda y que el viento tornea a su antojo.

Aunque lejos de aquí, también están las tierras altas y las tierras bajas. Las altas son blancas por el hielo que se aloja entre su estructura porosa y las bajas negras por el cieno que la corrompe y la pudre, excelente vivero de protoseres. 
"Terraos" de láguena en Las Alpujarras
Las tierras de color azul, de todas las gamas del azul imaginable, no por la distancia a la que se perciben, sino por la cantidad de arcillas magnésicas que contienen, llamadas launas. E incluso hay quien las llama láguenas, como esa diabólica bebida que mezcla coñac y anís a partes iguales.
Por la acción de los hombres las tierras, a veces, sufren fracturas en forma de canteras que encierran titanes congelados. Las de mármol blanco no son sino poderosos torsos atrapados a la espera de que cualquier escultor los libere. En sus vetas se distinguen las venas inertes de los seres que encierran.
      Las tierras que rugen del interior de las simas piden paso para nacer. Se trata de la ley invisible que se establece que por cada centímetro de tierra que nazca, otro debe morir. Una ley inmutable ante el deseo del hombre.
Los ríos, cuando no bajan con aguas, enseñan sus mantos policromos de cantos rodados, mares de perlas. Otras veces deciden cubrirse con harapos ocres de limos o légamos, refugio de seres del inmundos que todavía luchan por salir a la superficie.
Las tierras de color rojo, de fertilidad inequívoca, la que siempre ha buscado la codicia de los hombres, siempre queda oculta a los ojos de todos, con tupidos follajes.
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2 comentarios:

  1. Bonito tema tratado desde una perspectiva original y muy bien llevada. Que cierto lo de la coraza de asfalto, la desnudez del desierto, los torsos encerrados en el mármol..., pero ese final con la tierra roja asociado a la fertilidad, cierra el relato de forma magistral. Enhorabuena.

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