miércoles, 16 de noviembre de 2011

Ensaladilla rusa (a J.R.1947-2009)

Supe desde el primer momento que aquella sería una relación muy difícil. Al principio, con el vino de por medio, todo fue alegría, y buen rollo. La cosa se complicó con el limoncello, alguien debió explicarme que con la mayonesa se convertía en un cóctel explosivo.
El caso es que fuimos a terminar la noche en una discoteca, ¡qué menos para un sábado por la noche!. ¿Podría un par de bailoteos desactivar aquella bomba de relojería?. ¿Y un Campari con soda?. ¡Nada, que no hay manera de que te sirvan en esta ciudad un Campari!. ¡Pues que sea un vodka con zumo de limón!, ¿camarero, camarero...? Fue la última palabra que recuerdo. Dicen que caí de bruces, ¡con lo sucio que estaba el suelo! Eso sí que lo recuerdo porque los manolos se pegaban mientras bailaba.
Fue amor a primera vista, de esos que dices: ¡este no se me escapa!. Fue entrar en la boca y disfrutar de esos dientes blancos como perlas y esa lengua sonrosada. Las patatas entraron por el esófago bailando por buleríah y cuando cayeron en el estómago no pararon de bailar zapateao; el huevo duro, que era muy chulo él, se arrancó por seguirillah y las patatas se lo recriminaron; menos mal que la mayonesa estaba allí para suavizar el ambiente; aunque los variantes, que son unos vinagres, no hicieran más que azuzar el ambiente diciendo: ¡Huevo... Huevo, a qué no hay pa’cantá por seguirillah! -Es que de pequeños se cayeron en el bote de vinagre y desde entonces tienen muy mala follá los jodíos- La lechuga y el atún, que nunca se enteran de nada, entraron los últimos y a trompicones. La lechuga acabó con todas las hojas por alto y el atún esturreao, encima de ella, rojo de vergüenza; y tó’l mundo despijotao de risa. ¡Uy, perdón, que he dicho un taco!. ¡Descojonao, quise decir descojonao!.
Cuando vino el vino, vino blanco y con guitarra; pero después vino limoncello, y con él vino el cajón; y el vino, el limoncello, la guitarra y el cajón se volvieron todos tintos a tocar y tocar, que si fandangos, malagueñas, cartageneras, tanguillos de Cádiz, de Huelva, sevillanas, martinetes, tientos. De tó, oigan, de tó.
De repente la luz se apagó y se oyó un golpe seco. Salimos por donde habíamos entrado, pero al ritmo de “salmonelosis”, que debe ser un nuevo baile de esos modernos porque los de alrededor, unos jóvenes vestidos de blanco, muy guapos, muy jóvenes, pero con cara de siesos, no hacían más que repetirlo... El caso es que eso nos dio igual, la jarana no había quién la parara, incluso la lechuga que, con el golpe, había perdido la mitad de las hojas e iba medio desnuda, siempre perseguida por el bobo del atún, se animó con el nuevo baile... ¡Salmonelosis... qué cosas, señor!.

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