jueves, 1 de noviembre de 2012

Silencios


Abres los ojos y ya lo sabes: ¡Ha nevado! Desde la cama, tapado hasta las orejas, a oscuras todavía, no es el frío quien te avisa, sino el silencio. No se oye nada afuera. Afinas el oído y entonces sí que empiezas a notar como el silencio no es absoluto, que su dictadura no es completa; un crujido, una vibración, un roce, tu propia respiración, acaban delatando la realidad: el planeta es un organismo vivo, porque la vida está asociada al sonido; la muerte, al silencio —aunque escuché a alguien decir que la muerte no es otra cosa que una oportunidad para que otros vivan, luego el trampolín para que el ruido se genere—.
       Las condiciones para que se dé el silencio completo se pueden crear con el artificio de una cámara anecoica —La acústica hace tiempo que lo ha logrado— pero siempre existe una minúscula vibración que se traduce en un sonido imperceptible para la última herramienta capaz de registrar lo inaudible.

Vista parcial de una cámara anecoica
        El silencio desapareció de la faz de la Tierra en el preciso instante que lo hizo también la Vía Láctea. Sí, en efecto, cuando se implantó el primer alumbrado público (1807 – Londres) la Naturaleza tuvo que redoblar esfuerzos porque la energía acústica se prolongaba toda la noche bajo la bóveda de los templos de la luz.
La antítesis del silencio es la reverberación —el eco es otra cosa— y los templos reverberantes por excelencia son los cuartos de baño: chapados por completo por esos azulejos, pavimentos y saneamientos cerámicos de superficies lisas y apliques pulimentados de acero inoxidable —cromados, por si acaso—. Menos mal que la energía acústica acaba disipándose por los diferentes sumideros, porque podría estar rebotando hasta el infinito —efecto nefasto para el oído interno—. Todo elemento pulido potencia este fenómeno.
Pero el silencio más complicado de lograr es el interiorizado, aquel que reside dentro de nosotros, en el cerebro, porque ya hemos indicado antes que las vísceras como los pulmones y el corazón generan también ruidos; incluso su ausencia puede generar cierto ruido en el oído interno. El desarrollo de un planteamiento teórico, la solución de un problema, la ideación de una imagen cautivadora —la meditación o el pensamiento, en definitiva— no genera ruido alguno por si misma. Y es este el más difícil de lograr con la ingente cantidad de ruidos que nos asedian en todo momento, salvo cuando nos despertamos y nos damos cuenta que ha nevado.

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