La ambigüedad en
la literatura es un tema apasionante para quien les escribe, tanto que siempre
hemos rechazado todo aquello que no nos permita imaginar; como la descripción
hiperrealista que algunos autores se empeñan en mostrarnos como un alarde de su
imaginación, relegándonos a los lectores a meros videntes, quizás
visualizadores —que no observadores—, de su esfuerzo. Siempre hemos querido ser
partícipes de la experiencia compartida de la escritura y la lectura y en ello
estamos.
Sin dar más pistas al lector, afirmaremos que lo
mejor de una cita es que sea corta. En la brevedad, como decía Shakespeare,
reside el ingenio. Puesto que ni somos ingenieros ni ingeniosos por carecer de
esta cualidad; al menos intentamos ser ambiguos.
Una
cita saludable, además de corta, tiene que poder recordarse porque, de lo
contrario, la sensación es que ni se ha interiorizado ni ha resultado memorable
—por memorizada—. Pero tanto el recuerdo como la memoria admiten a la vez lo
bueno y lo malo, siendo siempre lo primero alentador y lo segundo deprimente;
así que para que nuestra cita sea saludable debe ser, por lo menos, repetible o
dejar una puerta abierta al estímulo de poder ser repetida. Y, sobre todo,
educada, para que cuando se la reconozca por la calle, por lo menos salude.
No hay comentarios:
Publicar un comentario