Sí, queridos
amigos. Marie Antoinette, también conocida como “l’autr’chienne” por su
ascendiente y ascendente familiar, o como caperucita roja por su peculiar
vestimenta; acabó al igual que su abuela, devorada en casa de esta a manos de
un lobo feroz; esto según nos cuenta Charles Perrault –hermano, por cierto, del
insigne arquitecto y traductor al francés de los diez libros de arquitectura de
Vitrubio−.
De
nada sirvió que el bosque que debía atravesar entre las dos poblaciones que
separaba estuviera plagado de fornidos peludos y feroces leñadores; ni que la
casa de la abuela estuviera al principio (o al final, según se mire) junto al
molino de una de las aldeas que, por cierto, además del lugar idóneo para moler
el grano, las casas colindantes resultaban ideales para que las esperas se
hicieran menos tediosas, por decirlo de alguna manera suave y no manifiesta.
El
dato más desconcertante que Perrault nos deja en su narración, al menos para
quien os dibuja estas palabras, es que Marie Antoinette accediera a la petición
del travestido feroz en abuela de acostarse con ella desnuda; y otro no menos
inquietante es que una madre, conocedora de los peligros que ese bosque
encerraba y del uso que su progenitora −el personaje de la abuela− hacía de su
casa, mandara a su hija aún doncella (lo siento, pero las adolescentes no llevaban ni
esos atuendos ni esos coloridos en aquellas épocas por casualidad) en vez de ella
misma. No menos sorprendente resulta la omisión que se hace a no aludir al
sexo, cosa inevitable de apreciar aunque sea de soslayo cuando dos personas
coinciden desnudas en un lecho, ni aun siendo del mismo género ni de edades
dispares.
Ahora
bien, lo que no se entiende de ninguna de las maneras es que, ante una apuesta
o reto, alguien se entretenga con flores, avellanas y mariposas. Queda claro
que representa la elección acertada siempre de un camino largo como expresión
del esfuerzo, pero Perrault podría haber sustituido el perseguir mariposas por
otra cosa que fuese productiva, al igual que recoger flores y avellanas –que se
supone son para la abuela−, pero ¿perseguir mariposas? Se me escapa un poco, de
verdad; aunque en aquella época, la de Perrault en la fase final del “Ancien
Régime” y dentro de la corte francesa suponemos que se asociaría a la ligereza,
inconstancia, feminidad y sensualidad del individuo; y no a la idea cristiana
de la resurrección; o sí, ¡vaya usted a saber!
LE PETIT CHAPEURON ROUGE (Charles Perrault, 1697)
En tiempo del rey que rabió, vivía
en una aldea una niña, la más linda de las aldeanas, tanto que loca de gozo
estaba su madre y más aún su abuela, quien le había hecho una caperuza roja; y
tan bien le estaba que por caperucita roja conocíanla todos. Un día su madre
hizo tortas y le dijo:
-Irás a casa de la abuela a
informarte de su salud, pues me han dicho que está enferma. Llévale una torta y
este tarrito lleno de manteca.
Caperucita roja salió enseguida
en dirección a la casa de su abuela, que vivía en otra aldea. Al pasar por un
bosque encontró al compadre lobo que tuvo ganas de comérsela, pero a ello no se
atrevió porque había algunos leñadores. Preguntola a dónde iba, y la pobre
niña, que no sabía fuese peligroso detenerse para dar oídos al lobo, le dijo:
-Voy a ver a mi abuela y a
llevarle esta torta con un tarrito de manteca que le envía mi madre.
-¿Vive muy lejos? -Preguntole
el lobo.
-Sí, -contestole Caperucita
roja- a la otra parte del molino que veis ahí; en la primera casa de la aldea.
-Pues entonces, añadió el lobo,
yo también quiero visitarla. Iré a su casa por este camino y tú por aquel, a
ver cuál de los dos llega antes.
El lobo echó a correr tanto
como pudo, tomando el camino más corto, y la niña fuese por el más largo
entreteniéndose en coger avellanas, en correr detrás de las mariposas y en
hacer ramilletes con las florecillas que hallaba a su paso.
Poco tardó el lobo en llegar a
la casa de la abuela. Llamó: ¡pam! ¡pam!
-¿Quién va?
-Soy vuestra nieta, Caperucita
roja -dijo el lobo imitando la voz de la niña. Os traigo una torta y un tarrito
de manteca que mi madre os envía.
La buena de la abuela, que
estaba en cama porque se sentía indispuesta, contestó gritando:
-Tira del cordel y se abrirá el
cancel.
Así lo hizo el lobo y la puerta
se abrió. Arrojose encima de la vieja y la devoró en un abrir y cerrar de ojos,
pues hacía más de tres días que no había comido. Luego cerró la puerta y fue a
acostarse en la cama de la abuela, esperando a Caperucita roja, la que algún
tiempo después llamó a la puerta: ¡pam! ¡pam!
-¿Quién va?
Caperucita roja, que oyó la
ronca voz del lobo, tuvo miedo al principio, pero creyendo que su abuela estaba
constipada, contestó:
-Soy yo, vuestra nieta,
Caperucita roja, que os trae una torta y un tarrito de manteca que os envía mi
madre.
El lobo gritó procurando endulzar
la voz:
-Tira del cordel y se abrirá el
cancel.
Caperucita roja tiró del cordel
y la puerta se abrió. Al verla entrar, el lobo le dijo, ocultándose debajo de
la manta:
-Deja la torta y el tarrito de
manteca encima de la artesa y vente a acostar conmigo.
Caperucita roja lo hizo, se
desnudó y se metió en la cama. Grande fue su sorpresa al aspecto de su abuela
sin vestidos, y le dijo:
-Abuelita, tenéis los brazos
muy largos.
-Así te abrazaré mejor, hija
mía.
-Abuelita, tenéis las piernas
muy largas.
-Así correré más, hija mía.
-Abuelita, tenéis las orejas
muy grandes.
-Así te oiré mejor, hija mía.
-Abuelita, tenéis los ojos muy
grandes.
-Así te veré mejor, hija mía.
-Abuelita, tenéis los dientes
muy grandes.
-Así comeré mejor, hija mía.
Y al decir estas palabras, el
malvado lobo arrojose sobre Caperucita roja y se la comió.
Moraleja: La niña bonita, la
que no lo sea, que a todas alcanza esta moraleja. Mucho miedo, mucho, al lobo
le tenga; que a veces es joven de buena presencia, de palabras dulces, de
grandes promesas, tan pronto olvidadas como fueron hechas.
· Personaje
proverbial, símbolo de antigüedad muy remota (RAE). Por simple curiosidad y,
cómo no, de manera casual; hemos descubierto que rabiaba por gachas o por
sopas.